De nuevo me encontré prisionero dentro de la ballena, con mi afán de ser un niño de verdad. Por momentos parecía lograrlo o por lo menos así lo creía cuando buscaba entre mis recuerdos las manos tristes de esa muchachita que llamaban Heidi y las cosas que en lo oscuro me enseñaba. Yo, como todo muñeco (o niño, ya no sé) confié en sus palabras y me dejé llevar por su canto melodioso y el extraño tinte de sus mejillas. Olvidé mis complejos de Cirano y las palabras de Gepetto, mi tutor, que insistía que esa niña no te conviene Pinocho, si es de las mismas que la Caperucita, se hacen las lesas; que trabajan en un café con piernas (un lugar que no conozco y no quisiera conocer) y que cada fin de semana se juntaban en la casa del Lobo, con ese señor que llaman Spiniak y otras bestias de fama similar. Pero yo, duro como un palo, que no, que no puede ser cierto, que la Heidi es uuna niña buena, que ese niño que jugaba bajo sus faldas, no era su amante sino su primo Pedro que buscaba al bicho que había picado a su primita entre las piernas. Sólo por eso, por el engaño, fue que la maté, para evitar las burlas de Peter, Cenicienta y sus amigos. Y aunque ahora estoy aquí dentro de este gran pez, ya no estoy solo; (aunque a veces me acuerdo de ella, como dice la canción) Ahora tengo nuevos amigos con quien tomarme unas copas y pasar las penas, emborracharse algunas veces para soñar que soy por fin un niño de verdad. |