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AVATARES DE LA GUERRA
Vivíamos en una pequeña localidad a orillas del Mediterráneo. Andrés y yo éramos amigos desde la primera infancia. Una tarde de domingo del pasado mes de abril estábamos charlando, sentados sobre el muro del espigón, cuando distinguimos un objeto sobre la cresta de una ola. Nos descalzamos y, corriendo, alcanzamos la playa. La ola dejó a nuestros pies una botella de plástico, que antes había sido un envase de Coca-cola. En su interior había un pedazo de papel, doblado. Desenroscamos el tapón y extrajimos la nota. En ella, junto al dibujo de un niño de tez oscura, alguien había escrito en inglés:
-Mi nombre es Hassan. Curso estudios en la escuela secundaria de Um Qasr. Al igual que mis compañeros de clase, hoy he formulado por escrito un deseo y he introducido el papel en una botella que después he arrojado a las aguas del Golfo. Ese gran deseo es llegar a conocer un día el mar Mediterráneo. Si el destino permite que llegue hasta vuestras manos, por favor llamad a este número.
El mensaje estaba fechado el 20 de marzo de 2003, hacía algo más de un año. A la mañana siguiente conseguimos que llamaran desde el ayuntamiento. Como fuere que nadie respondía, probaron en la embajada. Allí informaron que el día 21 de marzo, a las pocas horas de haberse iniciado la invasión, nueve alumnos de aquella escuela murieron a causa de un bombardeo. Tres de ellos se llamaban Hassan.
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[Gutural]
Parados a la entrada del lujoso chalet nos sorprendió la gorda cuando abrió la puerta. Parecía que nos esperaba, nos ofreció unos tragos. No dábamos con la verdadera situación. Hablaba poco, bebía en el suntuoso living. Peinó unas rayas gruesas de cocaína en el vidrio de la mesa, rechazamos su convite. Atónitos contemplamos mientras se desnudaba. No estaba mal, sólo estábamos los tres. Nos quitó las ropas, nos llevó al baño, empezó a tragarnos a arcadas, a ordeñes. Ida, brutal. Calzó los condones, aclaró que ella los quitaría. No dejaríamos semen en el lugar. Abrió los grifos de la bañera enorme. La penetramos entre vahos sanguíneos y agua. Se abría en rojos oscuros a puro embate, a grieta franca y resbalosa. Y lengua. Gozaba mientras la atábamos de pies y manos. No sospechó cuando le pusimos la bolsa de nailon, creyó que haríamos un agujero para eyacular en su boca. El corazón acelerado de sexo y alcaloide le jugó en contra. No duró mucho, rodó por el recinto como una foca desesperada hasta la asfixia mientras la bañera desbordaba inundando el perímetro. La ola dejó a nuestros pies una botella plástica y alejó toda duda, en silencio. Una vez fuera del lugar vimos dos tipos raros que llamaban a aquella puerta. Telefoneamos al jefe y dimos por hecho el trabajo.
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