Se deshizo de todo el chocolate que tenía alrededor, verdaderamente se estaba asfixiando; ya le habían hablado de esa práctica tan común por estas fechas ¡y luego la gente era capaz de hablar de la crueldad de los sacrificios mayas! ¿Existe algo más salvaje que enterrarte en vida en un cuadrado de chocolate?.
La almendra dio un saltito y se colocó a un lado de la base de plástico dorado (en Navidad todo es dorado y plateado) de la caja de bombones, todos iguales: de chocolate con leche y una forma de almendra dibujada en la parte superior, dentro de ellos…puag, no podía imaginarlo, sólo de hacerlo le entraban náuseas. El fruto seco paseó a lo largo y ancho de toda la caja, era enorme y contó más de 100 bombones, más de 100 cadáveres. No era capaz de llorar, estaba enfurecida.
Recordó cómo cuando sus hermanas y ella eran pequeñas y su abuelo les decía que serían unas ricas almendritas saladas, ellas, inocentes y coquetas reían con la despreocupación que da la juventud. Él podía contarlo porque fue cogido demasiado tarde y por tanto estaba amargo, nadie quiere una almendra amarga.
Pensó cómo hacer para sacar al resto de su dulce ataúd, pero calló en la cuenta de cómo las había escuchado gritar en el momento en que fueron introducidos en esa trituradora, ella consiguió zafarse de una de las afiladas hojas metálicas porque se colocó bien alto, en el borde. Estaban muertas, pulverizadas, sepultadas en chocolate ¡dulce fin el suyo!.
La almendra no se podía permitir el lujo de perder el tiempo. La tapa de la caja de bombones no estaba muy alta, así que se acercó a una de las esquinas y saltó, más y más alto hasta que consiguió con su punta deslizar un tanto la tapadera, luego otro salto más grande la dejó en equilibrio en el borde de la caja y de pronto ¡zas! estaba estampada en el mármol rosa de la casa adonde habían ido a parar. Le dolió todo el cuerpo; se sacudió para quitarse los trocitos de chocolate que aún le quedaban y notando que venía viento de la parte inferior de una puerta cercana, allá que se encaminó. Cupo perfectamente ¡si algo sabía ella era cuidar la línea! ¿Por qué si no la iban a escoger para formar parte de la selección de bombones de la Almendra Delux? Bueno, mejor no recordarlo. Ya en la puerta miró atrás por última vez, antojándosele la caja de bombones a un cementerio donde yacían sus hermanas y compañeras. Marchó cabizbaja.
La acera estaba fría, normal era invierno. La almendra anduvo y anduvo, siempre pegada al borde cercano a la pared no fuera a ser que un pie despistado diera con ella en el asfalto dejándola echa polvo de almendra. De pronto, en la acera contraria vio una confitería, era pequeñita pero parecía acogedora; todo el escaparate estaba decorado con motivos navideños: un Papá Noel de chocolate, bicolores bastoncitos caramelizados, turrón de almendras con forma de camello, etc. y, en medio de todo ello, un pequeñito portal de Belén de chocolate blanco y negro, frutos silvestres y pequeñas figuras de cartón-piedra. De pronto, la almendrita vio la luz.
Se coló en la tienda que estaba ya a punto de cerrar ¡cómo olía! ¡Aquello era la gloria! No tardó nada en escalar por la tela blanca que hacía de nieve del Portal de Belén (porque aunque no lo creáis en Belén, digan lo que digan, había nieve…), tampoco en coger como buenamente pudo al niño Jesús de cartón-piedra y esconderlo debajo de la oveja más grande del rebaño del pastor, que estaba a un lado de la ladera por donde bajaban los reyes magos con sus camellos, no sin antes, eso sí, despojarle del pañito blanco que le tapaba las partes nobles…el caso es que la almendrita se lió en el paño y se acomodó en la camita del Niño Jesús. A nadie le extrañó, al día siguiente, ni en las semanas posteriores ver a una almendra haciendo las veces de Niño Jesús –los jóvenes ya no tienen respeto por nada- decían las viejecitas que salían de la tienda tras comprar las vienas para el almuerzo.
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