El hombre que golpea
Anoche tuve un sueño en el que un hombre de pelo largo con coleta venía a por mí para golpearme con sus puños fuertemente apretados. Me desperté sudando pero vivo. Cuando el hombre que golpea viene a buscarme lo paso muy mal, noto una obscura presión en el corazón, y seguidamente me cuesta respirar; y también sudo y me despierto empapado; y grito enérgicamente como si me fuese la vida en ello; y creo que si no gritase el hombre que golpea no se marcharía y me llevaría a su lado para no despertar jamás.
Son noches de tristeza y nervios donde me hundo en una extraña pesadilla para que me duela el corazón. No sé cuánto tiempo voy a aguantar vivo en el mundo, aunque si muero lo habré hecho dos veces; y es que primero te mata la sociedad privándote de individualismo para pensar: no puedes hacer nada por ti mismo, eres el reflejo de un producto sensatamente creado para que consumas bajo unas estrictas reglas de fidelidad en un mundo privatizado en el que está todo vendido.
Todos formamos parte de una tribu urbana, y yo soy miembro de excepción de los hippys amargados que critican la política involucionista del Gobierno.
Mi lucha lleva traje propio: sandalias, camisas largas y anchas, pelo largo y barba de una semana, pantalones lilas, gafas de pasta de diseño italiano, y porro de hachís en la mano derecha.
El hombre que golpea se sienta a mi lado con la pistola cargada y me apunta; y estallo en un apasionado llanto de cólera y hastío; y sufro por la injusticia que ha caído como una tormenta sobre los hombres.
Me acorralan y me pegan, y puedo ver otra vez al hombre que golpea que lo hace con ganas; es una prostituta del Estado sin amor, sin fuerza en el corazón; es un alma sin construcción, casi desplomada y llena de cicatrices provocadas por la falta de entendimiento de cada una de sus acciones. Le han mandado cargar contra seres humanos que respiran su mismo aire, personas con las que camina sin ser visto en este difícil mundo contaminado por todo pero sin haber encontrado todavía a un causante que se haga responsable de la catástrofe. Mis hijos ya no verán la luz y no pedirán más clemencia para mantenerse dignamente en pie, nosotros (los de ahora) nos sentamos en círculos con nuestras viejas sandalias del verano pasado para ver como se destruye el mundo que otros crearon.
Los perros del Gobierno se preocupan sólo de su mes de mierda estival dónde gastarán el dinero de sus cobardes opresores, y pensarán en su vuelta al trabajo. Los psiquiatras ya se han dado prisa en inventar una nueva enfermedad denominada síndrome post-vacacional. ¡Menuda chorrada!.
Todos necesitamos creer en algo y siempre emparejamos un problema cotidiano con una enfermedad mental. Así todos estamos más tranquilos y nos amparamos en un tratamiento basado en la actividad en una sociedad que se quema lentamente sin poder socorrerla a tiempo. No se puede apagar el fuego de la ira de millones de seres humanos. La política se basa en tapar los ojos a la población para que no vea claramente lo que les va a caer del cielo. Hagamos lo que hagamos ya estamos condenados por nosotros mismos o similares. Al fin y al cabo ya no hay nada que te permita reaccionar, hemos caído desde lo más alto hacia lo más lejos.
El hombre que golpea no enseña su rostro, se ha infiltrado entre los manifestantes como un cobarde más que privará a sus propios hijos, si es que los tiene, del aire que ahora mismo él respira.
Según Ibsen los hijos pagamos los pecados de nuestros padres, y a las generaciones venideras les queda mucho que pagar, la cuenta se ha incrementado notoriamente; y es una cuenta que sólo se podrá saldar con vidas humanas.
El hombre que golpea logra detenerme para arrastrarme al final, pero allí no queda nada, no hay nada, sólo está la muerte. La puerta se cierra, me muero para poder estar vivo.
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