El mismo banco, el mismo abrigo. La mirada húmeda y triste enmaracada por una tenues arrugas en su piel morena. Una sensación de desolación alrededor de su presencia. Y siempre ahí, sentado a las seis de la tarde esperando el tren de la capital. Lo acompañan unos libros usados de tapas oscuras, un lápiz mas que gastado y papeles arrugados, borrados y vueltos a escribir. Ideas vagas sobre el amor vertidas en palabras, hilvanando oraciones casi sin sentido. Escribía ¿por qué? una y otra vez, como si al escribirlo la respuesta apareciera. La gente que va y viene apenas advierte su presencia, es como si ese hombre gris formara ya parte del paisaje de la estación.
Levanta la mirada indiferente ante las imágenes de la vida que se representan insistentes y repetidas a la misma hora, en el mismo lugar.
Vuelve a escribir , otros ¿por qué ? e intenta terminar una carta que nunca llegará a destino.
Parece que las lágrimas se le hubieran gastado, que su rostro ya no tuviera expresión alguna, que el tiempo marcara minuto a minuto la soledad de sus manos.
Está por llover, hace frío , guarda los papeles y los libros en una bolsa de supermercado, tan vieja como su pena. Arregla la bufanda marrón que abriga su cuello.
Una vez más el tren llega a horario pero nadie lo busca a él.
Entre el bullicio de las cientos de voces y del rudio de la estación , se escucha la voz de una niña que lo mira con tristeza.
- Mira mamá, hoy también vino don Carlos a esperarla.
- Si hija, hoy también, responde su madre.
- Mamá ¿ algún día alguien le va a decir que ella murió?