Ahora soy el transcurrir de miles de disculpas, pero a fin de cuentas en mí (y sólo en mí) recae la culpa. Quisiera que pudieran perdonarme por todo el odio que con avaricia he ido acumulando dentro (¡pero son tan frágiles!). Fue mi error, nunca el suyo; una tormenta que adquirió forma en mi cabeza ante su indiferencia. Pero… no es nada… Mis falacias son sólo movimientos circulares que brotan de mi alma y viran hacia mi propia carne. Soy falible (sin importar cuán nauseabundo sea aceptarlo). Y cuando es imposible aprender de los errores, lo más conveniente es desconfigurarlos y transformarlos en la amargura de la vana introspección (no tiene sentido crucificarme con mis propias palabras). Sólo soy un idiota con suerte… A Dios gracias…