Dos mujeres que desde siempre bregaron en distintas trincheras, se basurearon, se agredieron, se dijeron de todo, les faltaron dedos y uñas en sus manos agarrotadas para rasguñar la faz de quienes se atreviesen a pisotear sus particulares íconos, la una más combativa, defendiendo a muerte su ideología., la otra sagaz, inteligente, pontificando el paso de las huestes libertarias. Ambas separadas por sus convicciones, una aplicando el derecho, esa enseña grabada con letras de fuego en la piel de la constitución, la otra, bregando porque ese derecho fuese una catarata ciega, estruendosa y cuyo cauce se derivara hasta los más humildes afluentes, agua justiciera que bañara a todos por igual. Durante largos años, aguas cenagosas y reivindicacionistas fluyeron bajo los puentes de la álgida historia, la democracia fue aposentada una vez más en el poder por aquellas manos ávidas de justicia. La combativa se entregó por entero a la tarea de destruir caretas, se introdujo en cuanta fosa encontró a su paso, llamando a voz en cuello a esos compañeros desaparecidos, la intelectual, frunció el ceño ¿Acaso podía ser cierto aquello que tanto se vociferaba en esas pancartas estremecedoras? Y se recató en intereses más particulares y menos acuciantes. La combativa se consumió en miles de batallas legales, fue la garganta de los desposeídos, la esperanza de los incautos, la luz de los oprimidos.
Ambas, mirando a través de sus respectivos prismas la realidad de un país convulso, sociedad ahora aquietada por las veleidades de un mundo cambiante. Ambas, irreconciliables en sus posturas. Mas, una mano poderosa, lejana, invisible, les insertó la duda en sus conciencias y de paso les inoculó el germen de su propia destrucción, enfermedad letal que no reconoce, enseñas ni fronteras, igualitaria en sus dictados y mensajera de la muerte.
Mónica y Gladys dejaron a un lado sus armas para abocarse a la tarea por vencer a esta despiadada enemiga común que sin miramientos por la postura de la una y de la otra, acomete con furia inusitada, sin encendidos discursos ni inútiles adoctrinamientos. Ambas saben que sobrevivir es ahora su sino y acaso, después de todo, las trincheras no valgan nada cuando el destino le pone fecha de término a sus respectivas existencias.
Y quien no dice que estas dos opositoras tan radicales, aceptan por fin un armisticio de sus ideas para terminar consolándose mutuamente y uniéndose en la fugacidad de sus tiempos para intentar ganarle la mano a esa parca certera e inapelable…
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