Al escuchar aquellas palabras María Fernanda quedó lívida, su rostro perdió todo rasgo de expresión, se veía lechoso; sólo miraba a la mujer que caminaba hacia la acera. No podía creer lo que le había dicho; y pensaba -- No es cierto, eso no es verdad --pero tampoco podía dejar que ella se alejara más. Soltó los implementos de limpieza que conservaba en las manos, hizo un esfuerzo sobrehumano para lograr que salieran las palabras... y gritó.
-- ¡Espere! ¡Regrese!
Pero no hubo respuesta, la visitante mantuvo su andar, ahora sobre la acera, alejándose más a cada momento.
Entonces, María Fernanda corrió a darle alcance, pero las fuerzas la habían abandonado, apenas alcanzó a dar tres pasos y las piernas no respondieron más, se doblaron y la hicieron rodar; forzó un nuevo grito que sonó desgarrador, apagándose lentamente.
-- ¡Regrese! No se vaya, por favor...
Al escuchar la desesperación con que le llamaba, Alejandra -que tal era el nombre de la amante- volvió la cara y vio a la mujer tendida en el suelo, haciendo inútil esfuerzo por incorporarse, así que regresó apresurada para darle auxilio.
Con gran seguridad, demostrando saber lo que hacía, palpó los huesos de las piernas de María Fernanda, también los brazos, el cuello.
-- Parece que no hay huesos rotos, vamos, le ayudaré a llegar a su casa.
María Fernanda poco pudo hacer para reponerse, así que Alejandra pasó fatigas para llegar hasta el sofá del recibidor. Era una mujer fuerte, física y moralmente.
Una vez que la hubo recostado, colocados los cojines a manera de almohada, Alejandra miró a su alrededor, descubrió un salón hermoso, elegantemente decorado, modernista, un esbozo de tristeza brotó de sus ojos, pero volvió a lo suyo. Buscó con la mirada hasta dar con un carro-bar, tomó una botella de cognac y sirvió media copa que hizo olfatear a María Fernanda.
-- Vamos, bebe algo, humedece los labios. Esto te ayudará.
Al percibir los efluvios del alcohol, María Fernanda sacudió la cabeza, pero sintió que recuperaba la lucidez, de manera que aceptó dar un pequeño sorbo. Con lentitud, y con ayuda de la joven mujer, se fue incorporando hasta quedar sentada.
-- Dime que no es verdad lo que acabas de decir... dime que mentiste...
Las palabras sonaban más a ruego, a súplica, que a cuestionamiento. Alejandra se mantuvo en silencio.
-- Comprendo...
-- Lo siento, mentiría...
Alejandra había perdido los anteojos oscuros en el esfuerzo por ayudarla, María Fernanda descubrió humedad contenida en aquellos ojos de olivo, muy bellos, pero enrojecidos. Violento choque de sentimientos la embargó. Odio, rencor, tristeza, dolor, sentimientos que al conjugarse producen pérdida de la voluntad. Sin darse cuenta, ambas mujeres se sumaron en un abrazo solidario y dejaron brotar las lágrimas.
-- No puede estar ocurriendo --Dijo María Fernanda separándose violentamente --Abrazándome con la amante de mi marido, justo cuando me viene a decir que él ha muerto sobre su cama.
-- Yo también tengo sentimientos; compréndalo, yo también siento dolor...
-- ¡Y a mí qué me pueden importar tus sentimientos! ¿Acaso pensaste en los míos cuando te involucraste con mi marido?
-- Sí, sí pensé, pero creí que lo merecías, que todo lo malo sería bueno para hacerte pagar, porque fui engañada. Hoy, al estar frente a ti, al mirar esta casa, al descubrir aquella fotografía sobre la chimenea, que juzgo muy reciente, demasiado reciente para seguir creyendo lo que él me contaba, he comprendido la mentira en que vivía. He sido partícipe de una infidelidad; en el juego se involucran los sentimientos, es como entrar a un hoyo; con el paso del tiempo estás cada vez mas adentro, y cuando te das cuenta ya no puedes salir. Miras al final del hoyo y descubres que le has dedicado parte de tu vida a una relación que no tiene futuro, pero estás tan metida... y cada día es más difícil salir. Comenzó por presión de él, me perseguía, me halagaba, me acosaba, me hablaba sobre la relación de odio y cosas feas en su matrimonio. De tanto besarlo, de tanto consolarlo me fui involucrando. Y no pretendo crear una mala imagen de él; tampoco le atribuyo toda la culpa, acepto mi responsabilidad... sólo tenía que decirlo. Perdóname.
-- Dime qué ocurrió, qué pasó esta mañana. Enrique salió a trabajar como cada día, por qué está en tu casa... y por qué me dices que ha muerto, sigo sin creerlo.
Alejandra respiró profundo, tras unos segundos de silencio tratando de contener las lágrimas que ya brotaban, comenzó balbuceando.
-- Esta mañana llegó a mi casa, igual que lo hacía con frecuencia, dos, tres veces por semana. Primero llegaba a la oficina, pero se salía con algún pretexto, asuntos de trabajo pendientes, entonces se encontraba conmigo. Al llegar lo noté pálido y me dijo que se sentía un poco mal... se recostó en la cama, yo fui a prepararle un té que me pidió, dijo que con eso se le pasaría... pero cuando regresé a su lado convulsionaba, apretaba sus manos sobre el pecho, me apresuré a darle los primeros auxilios, sus pupilas estaban dilatadas... intenté reanimarlo con respiración artificial, masaje cardiaco, pero su pulso se detuvo y su piel se fue tornando grisaceo-azulada... hice todo lo posible, pero no respondió. Fue un ataque fulminante.
-- ¿No llamaste a un médico? ¡Una ambulancia... alguien que supiera qué hacer!
-- Soy paramédico rescatista, créeme, hice todo lo que se podía hacer, no hubo tiempo para más.
Profundo silencio se prolongó, ambas mujeres lloraban sumidas en sus pensamientos.
Fue María Fernanda quien rompió el silencio.
-- ¿Y por qué viniste conmigo? Imagino que habrá una razón muy poderosa, no me parece lógico que en estos casos la amante vaya en busca de la esposa.
-- Cierto, todo esto es tan ilógico... Mi vida se ha vuelto tan ilógica; ni siquiera mi nombre es real. Entré a este país con un pasaporte falso. Sí, tengo problemas con la ley. En mi país me involucré sin saberlo con un grupo subversivo, allí comenzó todo. Recibí en mi casa y le di atención médica a uno de sus hombres herido, Cuando supe de lo que se trataba ya era tarde...
-- ¡Vaya! La niña inocente que siempre resulta engañada --Interrumpió María Fernanda.
Dolida hasta lo más profundo, pero tratando de ignorar las últimas palabras, Alejandra prosiguió.
-- No sé cómo, pero la policía se enteró y fueron a catear mi casa, yo había salido por unas medicinas, por eso pude escapar... fueron sus compañeros los que me consiguieron el pasaporte para agradecer lo que había hecho por ellos. Ahora soy prófuga de la justicia, delincuente internacional, y con el cadáver de tu marido en mi casa. ¿Entiendes?
-- Lo que no entiendo es qué tengo que ver yo en todo esto, al llegar dijiste que teníamos un problema juntas. Creo que el problema lo tienes tú... y muy grave.
-- Es que no has pensado en lo que vendría después, yo podría dejar mi casa y seguir huyendo. Pero cuando la policía encuentre el cadáver y sepa quién vivía allí comenzaría tu calvario, interrogatorios, investigaciones, bloqueo de cuentas bancarias, la prensa acosándote, acosando a tus hijos... buscando relación con el grupo subversivo, no te dejarían en paz. ¿Lo vas comprendiendo?
-- ¿Él estaba enterado de tu verdadera identidad?
-- Nada sabía.
-- Y qué has pensado.
-- Todo esto ocurriría porque tu marido murió en mi cama, pero si hubiera muerto en su cama, de muerte natural, como ocurrió, todo se vería más normal y no tendría que haber mayor investigación.
-- ¿Estás sugiriendo que vayamos a traer el cadáver de mi marido, que lo depositemos en mi cama y que yo enfrente lo que viene... mientras tú quedas fuera tranquilamente?
-- Algo así.
-- ¿Estás loca? Ahora veo por qué te ha ocurrido cuanto refieres sobre tu vida. ¿Te das cuenta que puedo llamar a la policía? Por lo que sea, pero te entrometiste en mi vida y me hiciste daño. Ahora yo tengo la oportunidad de cobrármela.
Por respuesta, Alejandra tomó el teléfono y lo entregó a María Fernanda, quien lo recibió y levantó la bocina. La amante levantó la copa de cognac y de un sorbo bebió el resto... se dejó caer sobre un sofá.
ESTA HISTORIA CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA.
Desde Cancún, en la costa mexicana del Caribe.
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