Quiero irme rápido, el olor a desodorante, madera y cabro chico traspirado me tiene harto, el ambiente escolar me sofoca por completo, me falta poco para abandonar definitivamente el colegio, pero ya no aguanto mas los correteos y las risas, los secretos a voces, la compasión de mis profes, el falso orgullo de los apoderados, todo despide una toxica aura que lentamente se va acumulando en este mugroso lugar, estoy cansado y amargado de seguir perteneciendo forzadamente a un universo ajeno, cuyo lado bello, tierno y memorable, estuvo siempre encerrado en una vitrina para mi. Tengo prisa y hay viene la micro…
Subo a la micro, le muestro cien pesos y el chofer me mira como queriendo pedirme el pase.
- ¿Estudiante?
- (No gueon, me puse uniforme para ir a una fiesta de disfraces) Si, a ver espere, se que por aquí tengo el pase….
- Ya, pasa nomá….
Tira la moneda a su caja de madera (siempre abierta y dispuesta para que cualquier matón suba a enriquecerse de mala forma) y yo camino hacia el pasillo, veo que casi todos los asientos están desocupados, cuando hay poca gente, este dilema queda a merced de mi estado de animo, y hoy quiero irme atrás, lo mas atrás posible, para que nadie me imponga su indiferente presencia ni me sofoque con el tenue y asqueroso calor de su cuerpo. Me pongo la mochila en mis piernas y miro la ventana, cuatro años mirando exactamente el mismo paisaje, y si me preguntan algo no cacho niuna guea de nombres de calles ni edificios, solo se que por acá queda el liceo, solo se que por este camino se fueron cuatro años que para mi no valieron la pena, cuatro años en los que estuve dormido, enfermo o triste, cerrando los ojos para escapar de la realidad, enfermo de vivir en sueños y triste de seguir sabiendo que todas aquellas cosas nobles que yo creía ciertas solo eran invenciones de los libros, la tele o mi cabeza.
La micro para de nuevo, ahora se sube caleta de gente, trabajadores de una tienda, profesionales frustrados, jóvenes adultos cansados y cabizbajos que abarrotan la maquina hasta el ultimo rincón, al lado mío se sienta una mujer de unos treinta y tantos acompañada de un hombre que aparentemente posee su misma edad, por el silencio que guardan pareciera que no tuvieran nada en común, pero su cercanía y su actitud reciproca revelan que tienen una relación, seria un gran desperdicio si esa relación fuese mas que amistad, la mirada de el no tiene expresión ni intención alguna, sus sentimientos solo responden a la intención mecánica e instintiva de hacer suya a una mujer, de saltarse todas las exquisitas etapas de la conquista para poder lograr su cometido solo con una vulgar apuesta a las circunstancias y el azar, en cambio ella, a pesar de no poseer una gran figura, es sencillamente perfecta; su cabellera recta y bien peinada demuestra su visión inocente de la belleza, donde la sensualidad es superada por una rectitud casi escolar, sus ojos pequeños y cansados están adornados con un par de arrugas a los lados de la cara y unas cejas cuidadosamente dibujadas y tan oscuras como su pelo, lo que conforma una mirada melancólica, fatigada, pero ligeramente alegre,…que suerte la mía, pudiendo haber elegido cualquier otro asiento, se tomo el esfuerzo adicional de caminar hasta este oscuro rincón de la maquina para regalarme su presencia…pero es mejor no crearme mas ilusiones, mi cuerpo ya no resiste mas el volver a ser el nido de esa cínica semilla, cuya flor (color café claro en sus terminaciones, anaranjado en el medio y levemente brillante en su centro) solo permanecerá viva mientras, yo, la alimente con mi ingenuidad, pero una vez que esta flor haya alcanzado el punto culmine de su belleza, ternura, silencio e infinidad, será lentamente deteriorada y muerta (como todas las otras de su especie) por el implacable paso de la realidad. Por ahora solo quiero que su tallo crezca aunque sea un poco, creyendo que mi sucia humanidad es siquiera digna de poner mis labios sobre cualquier rincón de su cuerpo, quiero que sus hojas se diferencien aunque sea un poco de la maleza, creyendo que mis brazos delgados, mis dedos largos y mis manos blancas puedan acercarse lo suficiente, y quizás tocar, lo que esconde bajo esa camisa de blanco impecable, de esa falda de áspero azul, y de todo ese uniforme de obligada elegancia. Quisiera tener la capacidad de hacerle saber que no es necesario seguir viviendo con ese eterno cansancio en las piernas, que es preferible morir de hambre a tener que morir de pena, que es la sola posibilidad de romper la lógica la que nos hace levantarnos por la mañana … pero no puedo…, las hojas se marchitan nuevamente, el tallo se encorva, y solo puedo aspirar a no ser un estorbo en su necesaria rutina, solo pienso que no es sano seguir aplazando lo inevitable, me levanto del asiento y en un gesto casi insolente pongo mi mano sobre su hombro, me mira y me quedo un momento frente a ella, alza la cabeza y penetro en sus ojos de una manera asquerosa, no para que me ame o me reconozca, sino para que sepa lo pequeño y miserable que soy. Por que en este enorme jardín al que llamo mi vida, en esta tierra casi infértil donde cultivo mis experiencias, también existe una especie extraña, incomprendida y hermosa, que, alimentada por el dolor y la decepción, logra florecer abundantemente y tapiza cada rincón de mi espíritu, morada en las puntas y casi negra en el centro, se prolonga mas allá de donde alcanza la mirada, mantos infinitos se extienden por las llanuras de esta tierra fría y calma, de este anochecer eterno al que llamo mi ser, iluminada únicamente por el brillo de algunas estrellas prendidas solo por la persistencia de algún viejo y estúpido anhelo, y acariciada por el frió viento de mi personalidad casi inerte.
Así es mi jardín, así es este hermoso lugar, donde me siento seguro, veo lo que ellos no ven, huelo y toco lo que ellos jamás podrán apreciar y siento lo que ellos jamás podrán sentir.
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