Caminaba una noche hacia Belén,
atrás la diaria tarea se alejaba.
Soy Pastor, un simple Pastor,
que no tiene en su vida más bien que sus ropas y su cayado.
Mis días transcurren cuidando ovejas,
cabras y una que otra mula.
Muy de tarde en tarde, la luna me toma de la mano
y me acompaña en mi regreso a casa.
Ese día algo extraño pasó:
Un hombre y una mujer se acercaban,
en sus rostros se veía reflejado el cansancio del arduo camino.
Él, un artesano, se notaba en sus manos rotas, curtidas por su arte.
Ella, en cinta, montada a pelo en un animal.
Al acercárseme el hombre y la mujer, él dijo:
Disculpe buen hombre, no hemos podido conseguir refugio,
mi esposa está en cinta y necesita un lugar donde dar a luz,
¿es posible que nos pueda ayudar?.
Sinceramente mi primera respuesta fue: ¡No es mi problema!,
a duras penas tengo espacio en mi casa para mi esposa e hijos.
Al ver sus rostros algo cambió en mi,
ella llevaba una luz, que no había notado con anterioridad,
se me encogió el corazón y por primera vez en muchos años
una lágrima me encrespó los pelos de mi sucio cuerpo,
Yo, un simple y mugriento hombre,
cansado de trabajar, tenía la venia de servir a Dios.
Les ofrecí lo único que en mis manos podía ofrecer,
un lugar en un pesebre junto a los animales que debo cuidar.
Algo en mi corazón me obligó a quedarme,
cuantas veces vi nacer y guié la llegada
del más simple de mis animales
y jamás sentí el recogimiento que en esa noche encontré.
Ahora camino devuelta a casa,
a lo lejos una estrella marca lo que dejé,
la belleza de haber estado tan cerca
de la luz, de la vida, de la esperanza.
Gracias mi Dios, te digo, por haberme dado
los ojos para ayudar a tu hijo,
que lo que vi y sentí ese día,
es mi pago por mis años de ardua labor.