Locuras en un baño
Estaba parado enfrente del espejo que estaba sobre el lavamanos. Mojé el peine, como lo hago de costumbre, y me dispuse a peinarme.
Ya terminado esto, me revisé la barba, y de pronto, el reflejo se movió, cruzó de brazos y me miró. Yo salté de la impresión y casi me moje los pantalones.
- Estoy harto de peinarme a tu pinta.- y se despeinó, sacudiendo la cabeza con brusquedad, como si fuese un perro.
- Tu ropa... es horrible.- prosiguió.- ¡Y qué corbata más espantosa!
Yo estaba algo más que atónito y me quedé petrificado mientras veía que mi reflejo se quitaba la corbata, la tiraba a la taza del baño y tiraba la cadena.
-¡Hey! ¡Un momento!- exclamé.- esa corbata...
- Sí, ya lo sé... te la regaló tu mujer para la navidad, ¿No?- debo agregar que está muy gorda, deberías ponerla a dieta...
-¡Cállate!- grité. Pero qué tipo más desagradable. Si no fuera que compartiéramos la misma figura, lo echaría de la casa a patadas. Y por eso, salí del baño para no verlo.
De pronto, aparece mi esposa en su bata de levantar.
- ¡Alfonso!- exclamó sorprendida.- ¿vas a salir así? ¡Si tienes el pelo como un escobillón!
- Cállate, mujer.- exclamó mi reflejo, yo de la sorpresa, me tapé la boca.
No entendía, yo no fui quien dijo eso; fue el otro. Tampoco fui yo quien se despeinó: fue él, mi reflejo.
Miré hacia mi corbata debería estar y como me lo temía: no estaba. El espanto me llegó hasta al corazón al imaginar la cara de Úrsula al decirle que la corbata que me había regalado con tanto cariño, la había tirado mi reflejo al alcantarillado. Giré mi cabeza, miré hacia atrás y vi mi reflejo que estaba parado en el espejo de la puerta del baño. Él me hizo una mueca estúpida.
Me volví hacia mi señora y noté preocupación en su rostro.
-¿Te pasa algo?¿ Te sientes mal?
-¡Sí! ¡Estás horrible!- exclamó mi reflejo.
Ella me miró con unos ojos inmensos, llenos de asombro y espanto.
Yo me di una bofetada que me dolió hasta el pensamiento más bajo, para castigar a mi otro yo, me di una vuelta en ciento ochenta, entré corriendo al baño y cerré la puerta con un golpe.
- ¡Fuera de aquí! ¡Largo! ¡No te quiero ver!- le grité al espejo.
- ¡Córtala!- me dijo el reflejo con ojos lagrimeantes.- deberías ser más cuidadoso, tienes la mano muy pesada.
- ¡No quiero verte nunca más!
El otro sonrió con malicia y me dijo:
- Pues no te veas.
Empuñe la mano e hice un ademán amenazador, diciendo:
- otra más como esta y… te mato.
- Pues hazlo, pero te advierto que no te convendría, si me matas, te irás conmigo. Es así el negocio.
Ante mi desesperación le pregunté:
- ¿Por qué me molestas ahora? Tengo 63 años y nunca lo has hecho.
El otro sonrió y me respondió:
- Ya lo sé, pero... ¿conoces el juego de las imitaciones? Bueno, me harté de jugarlo.- estás muy feo y antes me entretenía más verme.
-¡Eso no significa que tengas que insultar a Úrsula en su cara!
- ¡Oye! Calma, te estaba haciendo un favor. Mejor agradece que no le dije vaca, por que eso fue lo que se me ocurrió en el primer instante que la vi.
Me enoje tanto, y me dolía tanto la cara, que no me atreví a pegarle de nuevo, así que agarré el peine y me lo pasé por el pelo para desafiarlo.
El otro soltó una ruidosa carcajada y me dijo:
- ¡Bah! ¿Y ese es tu reto? ¿PEINARTE TU PELADA? O mejor dicho... ¿ARAR TU CUERO CABELLUDO?
Estaba francamente harto de él, y de pronto, vi que la puerta estaba abierta y que Úrsula me miraba horrorizada.
- ¡Úrsula! ¡Ayúdame!- le grité desesperadamente, y de pronto, mi otro yo, se apoderó de mi lengua y le dijo con fingida dulzura:
- No me hagas caso, mi amor. Hoy no me siento bien.
-¡Por favor Úrsula.- grité yo, arrojándome de rodillas al piso.- Envíame a un manicomio, te podría hacer daño.
- ¡Imbécil! ¿Crees que soy capaz de herir a tu vaca?.- me replicó.- si tiene tanta grasa bajo la piel que no le entra ni el cuchillo!
Sacudí la cabeza y me tapé los oídos gritando:
-¡Cállate! ¡Cállate!- le grité, me volví hacia mi esposa, quien no entendía nada de lo que pasaba y le dije:
- ¡Corre! ¡Llama al hospital! O me volveré loco.
Ella agitó la cabeza en señal de afirmación y salió corriendo; y yo, con gran esfuerzo, cerré la puerta con el pestillo.
El otro gritó furioso y trató de abrirla, pero yo me di un bofetón que terminó por derribarnos a los dos y me aferré con fiereza a la taza del water.
El gritó nuevamente y trató de abrirme los brazos, pero a pesar de sus esfuerzos, no lo logró. Sin embargo, golpeó mi cabeza contra la taza del baño y grité de dolor.
- Ahora verás, desgraciado.- dije yo con los ojos llorosos, porque eso realmente me dolió.- Lo pagarás caro.
- ¿Qué me harás ahora, barrigón? ¿Echarle gel a tu último cabello para que no se caiga?
Azoté mi cabeza contra la taza de baño y ésta vez gritó él.
- ¡Maldito! ¡Basta! ¡Te lo ordeno!... ¡Deja de hacerlo!
De pronto algo duro golpeó mi cabeza y todo se volvió oscuro...
Abrí los ojos y vi a Úrsula que tenía un libro en la mano y yo estoy acostado en mi cama. Ella estaba furiosa y tenía el rostro medio hinchado, parecía que de sus ojos salían las llamas del mismísimo infierno. Al ver que yo estaba completamente lúcido, me gritó:
-¡Ya ha sido como la décima vez que me golpeas! ¡Si sigues así, te irás a dormir a la sala! Y ve a limpiarte la nariz que te está sangrando.
Fin
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