A medida que rozabas los segundos de ese encuentro, se iba tejiendo un paraíso entre tus manos y mi cuerpo, una espiral de conjeturas que devoraba el crecimiento de mis pechos en la caverna de tu boca.
Aún saboreo la pluralidad de tus palabras, el encanto que se esconde tras ese juego perverso que estiliza las vocales en tus labios, como un deseo cifrado entre las frases que conjugan ese lento devenir de coitos incesantes y difusos. Disfruto mirando dentro de ti para llegar más allá de lo real, la templanza de tu voz apaciguando ánimos, el desenfado de lo irónico latiendo en mis entrañas, junto al excitante mundo de tu vida que no deja de rotar en mi semblante. La ciudad detenida en tu silueta, el despertar aferrado a ese sueño inalcanzable, bajo una piel saciando mis temblores en un río de lava dulce y paralelo a los confines de mis huellas, mientras tu eternidad continúa deambulando por las calles. Quiero más de tu mirada, de ese calor que habita compulsivo el recorrido de tu lengua, como un sacrilegio del destino hurgando en lo profano de mi sangre. La noche suelta su espesura dentro de mi vientre, mientras estas manos se derraman en un haz de teclas que acarician tu existir, bajo el placebo de los Dioses que me internan en tu espalda acunando mi cabello, en ese declive de tu boca que naufraga tras mis vísceras como una mañana de tus días expuesta al infinito. Mi piel se entrega una y otra vez al laberinto de tu mundo, exhalando el desenfreno que tu cuerpo gesta, tallando en lo profundo del abismo, para trascender en oscilantes vibraciones enmarcadas por tu espasmo.
Ana Cecilia.
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