Fué en Concepción del Uruguay, en el viejo club San Martín. La noche era ferozmente invernal y para mi eran tiempos duros de grandes depreciónes e insomnios largos.
No quería bailar, ni pensar: solo tomar vino con algún albañil, carpintero, sepulturero, compañero del partido, estudiante, barrendero o solo...
Finalmente no encontre al albañil, carpintero, sepulturero, compañero del partido, estudiante, barrendero y bebí con mi conciencia.
La música de cuarteto invadía el salón como solo los malos equipos de sonido lo hacen, la gente giraba pretendiendo desprenderse de su realidad cotidiana y convertirse en bailarín, potencial amante y virtual feliz...
En esa mezcla de colores, sabores y olores, ruidos y lejanía los ví. Mucho mas lejos que el resto de la gente, su realidad era más cruel por eso nesecitaban evadirce más, sumirgiendose en aquel mar de sonidos sudores y risas...
Él vende diarios en la peatonal, de pelo negro largo y muy rizado, anteojos de sol espejados que no se quita ni en la noche, dientes desparramados y picados, muy grandes y visibles a causa de su sonrisa permanente. Ella rubia, de pelo maltratado y florecido, labio leporino al que la piedad del visturí jamás corrigió; madre de una nena como de tres años que duerme sentada en una silla de madera color vieja y con una locura capaz de retenerla largas temporadas en algún neuropsiquiátrico, pero con ganas de amar a ese bailarín de tal manera que en ninguno de sus gestos, gritos muecas, gemidos y morisquetas lo disimulaba.
Los demás danzarines comenzaron a mirar como no creyendo lo que veían: un diariero medio loco bailando, (y de que manera) con una loca y media capaz de mostrar sus senos mas allá de lo que el resto por sus ganas de amar. ( o de mostrarce, no lo sé).
Fué repentino: primero un tipo de esos que se visten como policias, despues dos; la gente dejaba de hablar y danzar, yo que detenía el quinto vino justo cuando estabaa al terminarce; para ver a los dos locos expulsados del salón...
La noche siguó, mientras recuerdo,entre risas, parejas que se marchaban para regresar al rato, (o no) y yo con mi vino y mi invitada conciencia. Fué despues de un tiempo y con la certeza de que una copa más no me dejaría llevar mi cuerpo por las cinco cuadras que distaban de mi casa, que me dispongo a partir.
En la puerta había algunos parroquianos que no miraban hacia adentro, cosa que me sorprendió, pero más sorprendido me sentí cuando ví en la calle a los dos locos bailar con igual énfasis y a la nena dormida en el pastito de la vereda...
Al otro día los diarios hablaban de la irresponsabilidad de una madre, que dejó dormir a su pequeña hija en la helada noche mientras bailaba.
Decían además los periódicos, que la criatura, desnurida y mal vestida, habia muerto de frío en la calle. Que la madre volvería donde nunca debió haber salido: el loquero municipal, y aquel ocasional amante a la peatonal a vender diarios que no sabe leer, ya sin aquella sonrisa que dejaba ver esas horribles caries, el pelo bien cortado en la jefatura y los anteojos espejados que tapan esas lágrimas de frío que suelen escaparce en julio...
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