Apártate de mi camino demonio, quita tus ojos de mí porque no me embaucas con tus artes maliciosas ni aunque me acaricies el cuello con tus garras aceitadas ni aunque me susurres al oído esas palabras melifluas sazonadas con tu asqueroso y azufrado aliento. Sé que tienes el arte de seducir con múltiples halagos, exaltando con maestría esa vanidad superflua que en todos nosotros subyace impetuosa en un perecible castillo de pompas de jabón. Apártate de mis dominios, carroñero ardiente, que en este cuerpo ya no existe alma porque los jirones que aún colgaban como harapos, se los arrojé a las hordas sibilinas, a esos perros susurrantes que menean su rabo cuando te ven aparecer y cuando estás a su alcance, te destrozan a mordiscos. Tampoco te concedo mi espalda, o lo que queda de ella, ya que si bien te fijas, es un escabroso mapa repleto de arañazos y puñaladas arteras que equivalen a la crucifixión de la credulidad. No, déjame permanecer en este limbo aparentemente inocuo pero al cual intento sonsacarle sus secretos, ni en tu reino de lenguas ígneas ni en el algodonoso cielo, otro infierno mejor publicitado, en ninguno de ellos quiero ser pasto de sus veleidades, déjame consumirme en este propio averno, el del escepticismo de ojos abiertos, de humedades y sopores, tránsito a desconocidos universos que están a una micra de mis dedos y a años luz de tu entendimiento. Vete, vete, Satanás, no invadas mi terreno, no, no intentes sobornarme con miriñaques y engañitos, soy sordo a las alabanzas aunque las manos se me pongan rojas de tanto apretar mis oídos…
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