Es bastante común que los grandes científicos llegando a la cima de su formación profesional abracen la fe y se vuelvan profundamente religiosos. Esta postura puede resultar contradictoria, pues suponemos que los hombres de ciencias conocen mejor que nadie las estrategias del pensamiento científico o racional y pensamos también que es difícil embutir a Dios en la cuadricula de la razón, donde uno es uno y no dos y una paloma.
Sin embargo esta fenómeno es de lo más habitual; la respuesta tal vez haya que buscarla en que son precisamente los mejores conocedores de la razón los que asqueados de su incompetencia para explicar la realidad buscan oráculos en lo mágico más cercano que tengan: la religión.
La pregunta que surge entonces es si la religiosidad que abrazan estos hombres de ciencias que vuelven derrotados en de su penoso periplo intentando explicar el universo con la razón, es la misma religión que la del hombre común.
La respuesta es sí.
La religión siempre está ahí esperando a los derrotados.