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ÚLTIMO APODO


Desde pequeño solían ponerme varios apodos, barro cuando jugaba a la pelota, porque ante la desesperación de tocar la pelota caía siempre de trompa al barro, hasta Clavito cuando trabajaba vendiendo diarios por la calle.
Esos días si que eran divertidos, en mi niñez, en mi adolescencia, cuando corría por las calles buscando algún laburito. Porque me gustaba el hecho de trabajar.
Otra, no me quedaba, o mejor dicho sí, o trabajaba o estudiaba, así me lo dejado bien clarito la jefa.
Mis ocho hermanos estudiaban, yo era el más grande, ya había perdido varios años como para retomar, estaría junto al más chico, además yo prefería trabajar, siempre una changa me ganaba.
Doña María me decía, Clavito ¿te vas a hacer los mandados?, o don Pedro ¡vení a si me ayudás con estas flores!, siempre alguien me ayudaba. Conocían a mi familia, nuestra situación, el hecho que la jefa no podía con todo, siendo que mi padre había muerto cuando yo cumplía los dos años, y nuestra situación era precaria.
Nunca pregunté nada acerca de quien había sido mi padre, por el solo hecho de que no me interesaba saberlo, hasta que un día trabajando en la calle, un hombre se me acercó, no era como los que frecuentaban mis calles, sino un hombre elegante, esbelto y por sobre todo amable, ¡se acercó a mí! Sólo para preguntar por una señora a la que llamó Sabrina, le dije que acá todos nos conocíamos, y no había ninguna persona con ese nombre, él muy cortésmente se retiró, claro, no sin antes comprarme unos buñuelos recién hechos por la jefa.
Cuando por la noche le conté a la jefa, se me quedó mirando pensativa, no le dí importancia y me fui a acostar luego de recostar a mis hermanitos.
Sin embargo me quedé pensativo en la cama, sin poder dormir.
A la mañana siguiente apenas desperté le pregunté a la jefa sobre mi viejo, quién fue, de qué murió, cuándo, y porqué, ante mis preguntas ella trató de eludirme diciendo solo que él había muerto.
Yo tenía derecho de saber que había pasado con él, entonces ante su rechazo comencé a buscar y encontré entre sus cosas, una dirección de un hombre, con una foto, y lo que me sorprendió era que ese hombre se parecía mucho a mí, seguidamente fui a esa dirección sin decir nada, y me lo encontré, no dije quien era realmente, solo me presenté como clavito, quien me había atendido era el mayordomo de una mansión, como la de las novelas-pensaba-cuando dejé de pensar porque fue éste quien me dio una bolsa con mercadería pensando que ese era el motivo de mi visita, no dije nada y agradecí por lo dado. Me retiré sin cumplir con mi objetivo, pero me volví porque la mercadería hacía falta en mi casa, y no podía desperdiciar esa oportunidad.
Seguí laburando como de costumbre, Clavito de acá, Clavito de allá, y yo iba y venía. Lo que había notado en estos tiempos de laburo era que no tenía tiempo de goce, ya no jugaba con los pibes en la canchita, ya no se escuchaba decir ¡Barro, corré adelante!, me di cuenta que estaba perdiendo mi tiempo por el simple hecho de laburar para no estudiar.
Al ver a los demás pibes de mi edad convertidos en hombres, me hizo sentir que debía estudiar, además pensaba que luego de estudiar iba a conseguir un buen laburo para mantener a mi familia.
Fue entonces que empecé a estudiar por las noches, y seguir con las changuitas de la mañana. Estaba organizado, estaba decidido, y empecé.
Iba a la escuela, y como era el más grande acá también me había puesto un apodo, me llamaban Burro, a mi no me importaba el hecho de ser mayor que el resto, lo único que me importaba era aprender para luego mantener a mi familia.
Y este era mi apodo nuevo, Burro al pizarrón, Burro traé las tizas, y bueno si bien no sabía muchas cosas, y de ahí el sobrenombre, me sacrificaba para mejorar, nada me daba vergüenza, en todo caso yo les decía: a ustedes les tiene que dar vergüenza que tienen la edad correspondiente y no la aprovechan.
Yo ya había pasado por eso, y más que por rencor se los decía como consejo.
Así pasaron los años, seguí estudiando, laburando, hasta que la jefa ya estaba cansada.
Que la plata no alcanzaba, que nadie colaboraba, como si fueran pocos mis apodos ella había agregado otro, me decía Piedra, porque pese a todos los golpes que la vida me daba yo resistía.
Un día como los demás, me mandé para aquella casa, la que una vez había visitado, t me atendió el mismo hombre, ni se acordaba de mí, entonces, ahora un poco más arreglado le dije que venía en búsqueda del señor de la casa. Era él, el mismo que había venido un día preguntando por Sabrina, le dije que disculpase mi presencia, pero me urgía hablar con él, me invitó a pasar a su casa, y me contó de sus cosas y yo de las mías, me contó que se dedicaba a las obras de niños carenciados porque en su adolescencia había abandonado a su novia, dejándola con un recién nacido en brazos. Contó que estaba arrepentido, y por eso era que estaba hace un par de años por donde yo vivía, que casualmente era donde la había dejado.
De chico su padre lo había obligado a abandonarla, dándole la elección de llevar una vida con aquella joven, en la miseria, o con él en la riqueza. Y fue esta elección la que los separó.
Las horas habían pasado rápidamente, la noche se hizo presente, entonces me retiré hacia la escuela, y seguido a casa.
Le conté a la jefa con quien estuve por la tarde, y me dijo que no le gustaba que anduviera con desconocidos, que se lo presente mañana por la mañana. Y fue así, visitamos al señor, que por cierto no sabía su nombre, ya que con tantas historias lo menos que hicimos fue hablar de nuestros nombres. Golpeamos la puerta, y fue este mismo que nos la abrió, la jefa se puso pálida de repente, y él la agarró entre sus brazos, enseguida se despertó y corrió a la puerta, como si se escapara, como si estuviese asustada-pensé, sin más la tranquilicé, y nos quedamos allí, él la observó y exclamó: ¡Sabrina!, no, no dije yo, cuando fui frenado ante la jefa. Ambos me pidieron que me retirase, que ellos debían hablar.
Me retiré a casa, para cuidar a mis hermanos, cenamos y fuimos a dormir. Era ya de mañana y la jefa no estaba en casa, fui a lo del señor, y tampoco se encontraba, cuando escuché en las noticias la muerte del generoso señor Sergio Del Valle y su esposa Sabrina, al parecer habían salido a la noche a tomar un café, y como se habían resistido al asalto, los ladrones los mataron al instante, no lloré, por el solo hecho de saber por primera vez quien era me padre, quien era realmente mi madre, por saber quien era mi familia.
Ya había concluido la secundaria, y mis hermanos también, todos gozábamos de un trabajo decente. De mi parte había perdido a la jefa, pero había ganado el apellido de un padre, estaba triste por semejante pérdida, pero estaba contento porque la jefa se había unido a la persona que había amado.
Y fue así que el tiempo pasó, como pasó el dolor, me había convertido en Abogado, ya no era ni Barro, ni Clavito, ni Burro, ni Piedra, ahora era Del Valle, y como sabía que mi padre se llamaba Sergio fue éste mi ÚLTIMO APODO.

Texto agregado el 04-07-2003, y leído por 1954 visitantes. (2 votos)


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