Lloro para mezclar mis lagrimas con el licor carmesí y formar la tinta perfecta que me permita dibujarte y desdibujarte de nuevo en un compás de misticismo y magia que recordaba y tenía tanta sed de el. La comisura de tus ojos se vuelve piélago al cubrirte con un manto de sangre que proviene de mis entrañas queriéndote alimentar, aspirándote la vida inmortal.

Violento ha sido el movimiento ecléctico de las estrellas en el vértice apocalíptico de las yagas que cubren mi rostro, que adornan mi faz, que gritan piedad. Maldito el episcopado olvidado de la catedral de tu cuerpo y tus huesos de acero; filosos y adyacentes en la lentitud de tu pináculo dormido.

Sigo mezclando esa tinta; saliva, sangre, sudor, lagrimas y tu son su composición; esperando el momento suspicaz para dibujarte, para desdibujar esa mueca en tu rostro que hasta el momento no se que significa. Espero desprender esa mueca de tu rostro y olvidarla, quemarla en el abismo que tu misma has creado, embriagarte en el dolor que me has dado y enterrarte en el olvido al que me has conllevado.

Pusilánime eres, cobarde también; incapaz de admitir la sigilosa sonrisa y ternura que te invadía, que me embriagaba con su dulzura y con su misterioso origen; extraño ese licor carmesí. Te maldigo y te olvido por última vez; quedando claro el pútrido ser que eres, que siempre has sido y que intentaste cambiar viviendo bajo el ala de mi sueño compartido, de mi cariño, de mi ilusión compartida y vivida...contigo.