Un Paseo Sobre Las Hierbas.
(Variación de El Viejo Yerbero)
El encorvado yerbero volvía del mercado, había repartido como todos los días, generosas porciones de sus queridas yerbas que descubiertas por antiguos sabios, proveerían esperanza, salud ó alegría ó acaso un insignificante alivio. Eran remedios obsequiados con despojado interés y cultivados con acendrado esmero.
Con el rojo atardecer sobre su modesta cabaña, se acercaba a ella con andar pausado y percibía el rico aroma del amado jardín que la adornaba. Había de todas especias, hierbabuena, tomillo, mejorana y ajenjo, también anís, azafrán, angélicas y perifollos, las más eran yerbas para remedio de males, algunas con fama de mágicas y de ornato solo unas pocas.
El viejo se detuvo frente al hermoso arbusto de la patagonia, tenia varios nombres y era una especie afrodisíaca y generosa que floreaba todo el año; no había día en que no regalara al menos una de sus exquisitas flores de extrañas corolas. El moreno y frondoso corazón del ángel del hemisferio opuesto, era singular y magnífico para combatir los desánimos aun cuando había proliferado con su mejor especie en un puerto antillano. El picante Copiapó estaba exuberante y la blancura del beso de afrodita era inspiradora, la yerba de las máscaras lucía sus mejores galas y el tercer árbol de amarillas hojas destacaba en la gama de los verdes del tano y de las limas del recuerdo alado.
Llamaron su atención un sin número de nutridos grupos de crisálidas pegadas a las hojas del colorido árbol de san José y al arropado manto de María que era adornado por los múltiples colores del lirio de los duendes.
Ya adheridas a las columnas del portal dos enredaderas; el romeo y la julieta, juntos sus polvos poseían un gran poder, pero separados lo perdían. Era extraño, la julieta más joven que el romeo crecía atropellada y deliciosamente y el romeo antiguo del caribe maya conservaba porte constante, dicen que su origen estaba ligado a una leyenda de unos caballos del desierto... quien sabe. El viejo yerbero las miraba con respeto, eran una pareja de trepadoras bellas para curar el amargo hastío y para inspirar hondas pasiones.
El yerbero subió al portal de su cabaña, allí lo esperaba la maceta de barro blanco con sus dos hermosas violetas, que consentía y adoraba como a ningunas, eran sus favoritas ya que sabían de sus alegrías y de sus penas, sus raíces eran italianas dijo el viajero que se las había confiado, el mismo que había dicho que andaba en un peregrinar eterno por el mundo entero.
El viejo se sentó en su mecedora, sintió menguar la fatiga y una media sonrisa le nació en el arrugado rostro.
Lleno de esperanza y con mirada agradecida, les musitó muy quedo..... ¡Ah, como las adoro!
Héctor Falcón
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