El varón otoñal
La dama oscura
El otrora mancebo venido a menos
La reina de la noche ultrajada por sus súbditos.
El la espera en una oscura sala fría y lúgubremente decorada, finge que lee una revista, sus piernas nerviosamente marcan un ritmo desacompasado. Le gusta pensar que ella también lo espera, mientras ve salir reiteradamente a algunos hombres jóvenes de su dormitorio – oficina.
Por fin en el umbral aparece ella, sus ojos de puta vieja lo escrutan minuciosamente, todo está preparado para el encuentro.
El oscuro favor mal habido
El comprado fervor pasajero
Ella y su cuerpo gastado en el beso sin amor, en la pasión fingida, en la lujuria rutinaria.
El y su cuerpo averiado, su virilidad adormecida, su hombría sepultada en yerma tierra.
En el dormitorio, aún más lúgubre que la sala, él la mira con ojos esperanzados, la toma de la cintura y se lanza sobre su cuello con voracidad lupina. Sus manos se deslizan torpemente a la entrepierna de ella, que permanece inmóvil y lanzando bruscos suspiros a la nada.
A el le hubiera gustado sentir como su orgullo de varón se hincharía y se erguiría portentosamente por sobre la miseria acumulada todos estos años. Pero la actitud de su amante de turno y el olor de la habitación impedían que lograra su cometido.
¡Como odiaba ese maldito olor! No tanto por lo pestilente, sino porque le recordaba que otros navegantes habían salvado las aguas que el no podía surcar y habían llegado a buen puerto en una explosión colosal de júbilo mientras el naufragaba de manera infame.
El: galán desvencijado
Ella: pasión mecanizada.
El no puede más y la abraza
Atrás quedaron los recuerdos de sus viejas glorias prostibularias.
Ella ¡por fin! lo mira
Besa su frente mientras el habla buscando excusas
El llora y ella, sin decir nada, lo acompaña con sus lágrimas.
Dos viejos cuerpos desnudos se abrazan mientras se miran y descansan en un sucio colchón, iluminados apenas por una luz mortecina.
No hay fatiga.
No hay sudor
No hay vergüenza
Amor nunca hubo.
Un cuerpo gastado, el otro averiado. Son ambos muy viejos y nada ingenuos como para sentirse amados. Pero, por primera vez en mucho tiempo, ella no se siente ultrajada y él no se siente juzgado.
Y para ambos, eso es más que suficiente.
|