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Deserción cero.

“Quien pide seguridad, aún resignando libertad, pierde libertad y pierde seguridad” B.Franklin

Primer Acto: David y Tomás
A Brian David, en su décimo cuarto aniversario de vida lo esperaba un kilo de falda que su padre, con sumo esfuerzo, compró para tan importante ocasión.
De profesión albañil desocupado, su padre sentíase orgulloso de ser pobre pero honesto, argentino, católico y peronista, discurso que durante años había sostenido contra esos gorilas apátridas que denostaban al general y le hablaban de despertar la conciencia de clase. Su presencia despertaba el afecto y el temor en igual medida a su mujer y sus siete hijos.
Su madre era delgada, más bien frágil, había sido bautizada con el nombre de Rosa, al igual que la eterna revolucionaria, de quien ella nunca había escuchado. Solo tenía cuatro de las cinco décadas que aparentaba.
Ignacio Tomás, intuía la camioneta cuatro por cuatro que su padre con sumo esfuerzo compró para su cumpleaños número 17.
De profesión empresario, su progenitor sentíase orgulloso de su condición social, argentino, profundamente católico y conservador devenido en furioso neo-liberal, speach que mantenía contra los zurdos resentidos que no entienden de las leyes del mercado cuando hablan de condiciones dignas de labor. Cuando estaba presente tenía una excelente relación con su esposa y su único hijo.
Su madre, delgada por opción, de rubios y largos cabellos, pasaba su vida entre el gimnasio y el estudio profundo de prácticas esotéricas, a pesar de tener 43 años los milagros de la ciencia médica la habían convertido en una veinte añera.
Cruzando el cañadón que lo llevaría a la montaña de residuos que hacían de jardín del refugio de chapas y cartón, David cerraba sus grandes ojos color tierra pensando en el regalo que nunca recibiría, pero que año tras año imaginaba, lo que muchos tenían y no tantos apreciaban, era para él un sueño casi imposible, tal era la motivación que ese día había recorrido todo el centro y sur de la ciudad, desde Colón y General Paz hasta el C.P.C. de Villa El Libertador, en su carro tirado por un famélico caballo bautizado Luifa (en honor al memorable jugador de Belgrano).
Mientras, Tomás llegaba preocupado a la casilla de guardias del country, volvía del Saint Marian, algo golpeado por las muestras de afecto de sus compañeros, y rogando que sus padres no vieran aquel boletín que conspiraba contra sus anhelos de movilidad propia.

Segundo Acto: La Juerga
Sobre Marcelo T. de Alvear se elevaba el imponente y frívolo But Mitre, mientras se habría la primera selección de la Mona en el Estadio del Centro.
En la puerta dos pesados patovicas controlan el acceso al boliche, el color del rostro y la vestimenta son dos barreras tan infranqueables como las mismas barandas de hierro que diseñan la entrada. Allí se agolpan acalorados púberes en pugna por un beso circunstancial, una riña que engrose el anecdotario o una voluntaria y etílica inconciencia que excuse cualquier accionar. Antes del amanecer Tomás se divertiría en alguno de los pubs que existen entre Rondeau y Buenos Aires.
En la puerta del Estadio, decenas de policías con largos bastones y corta decencia, organizan las filas de seres, que sin distinción de clase, color o edad buscan ingresar al círculo que cobra vida al compás de los primeros acordes del ídolo popular, mientras los más osados parados unos sobre otros, dibujan los nombres de sus barrios con un lenguaje corporal e inaccesible para los ajenos a esta fiesta, bajo un cielo zinc iluminado por el reflejo de ornamentales luces de colores. Al terminar el show, David sería convencido por un amigo del barrio para realizar un trabajo nocturno.
Quiso el destino unir en un mismo y triste final a estos dos jóvenes a la salida de sendos espectáculos.

Tercer Acto: After Hours
En la fría madrugada de julio, los vecinos de Nueva Córdoba escucharon exaltados el par de disparos que se confundían con el ruido de los autos y la música de los bares aún abiertos. Un grito de dolor y desesperación recorría una y otra vez los edificios llenos de estudiantes. El cuerpo de Tomás yacía boca abajo, muerto, dos heridas sangrantes sujetas por sus propias manos atravesaban la camiseta del club de rugby, a la altura de su pecho, los paramédicos nada pudieron hacer a causa de la inmoderada ingesta de un energizante con vodka, sus asesinos huían en moto con dirección sur.
La camioneta del C.A.P. seguía de cerca el ciclomotor que intentaba ingresar a toda velocidad al nudo vial, los sujetos se detienen justo debajo de la monumental obra paralizados por el miedo, el efecto del tolueno se estaba disipando, se identifican, ponen sus manos detrás de la cabeza, mientras flexionan sus rodillas, ya saben cual es su destino.

Cuarto acto: El debate
Los noticieros radiales y televisivos dedican, toda la mañana a la muerte de Tomás, debatiendo acerca de la seguridad, o su falta, de aumentar las penas, de aplicar mano dura y la siempre presente tolerancia cero. Oportunas encuestas demuestran el hartazgo de la golpeada clase media.
La sociedad clama por justicia y venganza.
Sobre el cierre de la edición un flash informa que dos menores delincuentes fueron abatidos en violento tiroteo con la policía, en las inmediaciones del nudo Vial , uno de ellos con antecedentes penales y sospechosos del atroz crimen.

Quinto Acto: El sueño truncado
David, junto a su amigo, habían entrado a una librería ubicada sobre la calle Independencia, su botín constaba de dos cuadernos, cinco lapiceras, un par de lápices y un sobre de papel glacé; Todo se derrumbó cuando la alarma los obligó a abordar el ciclomotor y escapar.
Allí, debajo de aquel puente, mientras se encontraba arrodillado frente al joven suboficial, y aferrando con ambas manos los útiles hurtados, David no podía dejar de pensar que le restó un solo paso para poder cumplir su sueño de volver al colegio.
David y Tomás jamás se encontraron esa noche, igualmente la sociedad está más tranquila.

Texto agregado el 16-12-2004, y leído por 162 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-12-2004 Está bien resuelto, a pesar de que el final es predecible. Tal vez el autor, prescindió del efecto "knock out" para privilegiar el ritmo sostenido e implacable del cuento; muy buenos los efectos -contraste; en especial resalto las excelentes y fugaces presentaciones de ambas madres. Saludos al autor de Raquelde raquelde
 
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