Si pasas por Girona, no puedes dejar de visitar su catedral; Santa María. Subiendo la anchurosa escalinata de 86 peldaños en tres tramos que precede al edificio, y mirando hacia arriba, se entiende la intención de unir el cielo con la tierra. Tras su fachada barroco-clasicista de tres cuerpos con siete nichos vacíos entre columnas pareadas bajo cornisas y coronadas por un gran óculo superior. Te sorprenderás al entrar esperando encontrar un interior con la misma arquitectura neoclásica del s. XVIII y en lugar de eso descubres una grandiosa nave cubierta de arcos diagonales, la mayor nave de la Edad Media y una de las más grandes del mundo; 60 metros de longitud, por 23 de anchura y 34 de elevación.
Aparte de la entrada principal, la nave tiene otras dos puertas laterales. Una de ellas lleva a un hermoso claustro, de planta trapezoidal, del siglo XII. Estudiado este por Puig y Cadafalch, lo juzga como uno de los más importantes de Cataluña, por las representaciones iconográficas de los capiteles de sus arquerías. Dice que es como una predicación para los iletrados, de los misterios de la Fe, en grandes lecciones petrificadas.
El claustro a su vez está dominado por la potentísima torre románica llamada Carlomagno, no se sabe muy bien el por qué de esta denominación, pero es la única que se conserva de la antigua catedral integrada dentro de la nueva y que sirve de contrafuerte de la misma. Porque hay que comentar una característica de esta construcción y es su eclepticismo. Sobre un campamento romano, se construyó una iglesia visigoda y sobre la iglesia visigoda, una catedral románica y sobre ella la gótica y en la gótica un pórtico barroco-clasicista y dentro de la nave varias capillas hechas en distintos siglos y periodos, con distintas esculturas, retablos, los púlpitos son del s. XVII, aunque de diseño renacentista, y ya corría el año 1792 cuando se encargó el proyecto de altar mayor, presbiterio y coro, que no se realizó. El órgano que era de finales del s. XVI, construido por J. Bordons, fue sustituido por otro más modesto en 1949. Y el día que yo estuve visitándola habían levantado el suelo de la nave principal para mejorar la instalación eléctrica, posiblemente para instalar internet por cable o alguna antena parabólica que habían montado en el campanario para poder ver el partido de los domingos o… Perdón, esto último que planteo son hipótesis que desconozco y que no tienen nada que ver con el tema que quería tratar, que es el edificio en cuestión, por lo que les pido disculpas.
Entre la piedra ennegrecida por el paso del tiempo y la humedad, porque allá huele a humedad, huele como me gustan que huela todas las catedrales a piedra fría, a rancio, a carcoma y erosión, a cera quemada, a un encierro grandioso y glorioso, a oscuro y a la tela de las casullas de los curas. Entre los olores y sabores de la catedral de Girona, hay un montón de tumbas. En un principio, cuando entras en la nave, no te das cuenta que las estás pisando. Tu mirada asciende sorprendida por la altura de los pilares y los colores de las vidrieras, pero cuando te empiezas a acostumbrar y tu mirada a descender, cuando te adaptas a la oscuridad de la nave; te percatas que estás andando sobre sepulturas y te enteras de que en realidad la catedral esta llena de sepulcros. Los hay por el suelo de la nave y en el claustro, en las paredes y en las capillas, simples lápidas o sepulcros en toda regla. Empiezas a leer; Gastón de Moncada, Guillermo de Montgrí, Bernardo Queixans, Jazperto Folcrá, Boill, Dalmacio y Bernardo Raset, Pedro Rocaberti. Pero por encima de todos están los sepulcros del obispo Guillermo Boill, el obispo Berenguer de Anglesola, el del prelado Bernardo de Pau, el de conde Ramón de Berenguer II y frente a él se encuentra el sarcófago de su esposa Mahalta . Te das cuenta de que todos son obispos, señores, caballeros, nobles, familiares de reyes, arcedianos, prelados, algún arquitecto y el conde… Entonces imaginas la catedral de noche, cuando no queda nadie, cuando toda esa muchedumbre enterrada con gran honor y dignidad en suelo sagrado, puede salir de sus tumbas a estirar las piernas, a pasear por el claustro, a dialogar con los eternos vecinos y discutir de política fuera de siglo, de metafísica desactualizada y anclada en el ente medieval. Te imaginas a Gastón de Moncada presumiendo de que era cuñado de Jaime II, a Guillermo de Villamar de que fue el arquitecto de la catedral y a Ramón Boill y Bernardo de Pau discutiendo calurosamente cual de sus sepulcros es más bello. Siempre pone paz el Conde Ramón de Berenguer diciendo que las dos son bellos, cada uno en su estilo y entendiendo que uno es renacentista y el otro de un gótico florido. Aunque siempre termina alabando el suyo y piensa que pese a ser de un estilo anterior a los contendientes, no tiene nada que envidiar a los suyos y gana en sobriedad y personalidad. Nadie se atreve a contradecir al conde de Barcelona, ya que fue enterrado con sus armas y ofrece un aspecto muy fiero. Como no se atreven a discutir a la cara, hay alguno por ahí, que le llama a las espaldas “Cap d’Escopes”, que recuerda la trágica leyenda de su muerte, asesinado por su hermano gemelo y de nombre simétrico al suyo; Berenguer Ramón II. Si se enterase el conde, no le haría ninguna gracia, ya tiene suficiente con aguantar toda la eternidad a su mujer Mahalta enterrada frente a él. Ella también le aguanta, pero como buena mujer del medievo; en silencio. Siguiendo con las disputas fraternales están los hermanos Raset, uno arcediano el otro militar y cada uno en su tema no se aguantan y éstos no lo ocultan, si pudieran se convertirían en fraticidas, pero no pueden.
Te imaginas los siglos enteros pasados en la compañía de la sobriedad aristócrata medieval, a lo sumo renacentista. Todos odian aquella bella jaula de vidrieras y piedras y todos odian a Guillermo de Villamar, el arquitecto y a los obispos que propulsaron la obra y odian a los beatos, a los santos, a los mártires… Odian los ruidos que llegan de un cementerio cercano, un pequeño cementerio donde se enterraban a los villanos, sin lápida, sin nombre, a veces en fosas comunes y a la catedral llega la música, las conversaciones histéricas entre risas por algún chascarrillo o refrán, los chillidos de niños jugando, la mezcla de voces de mujeres y hombre, de viejos y jóvenes con acentos distintos; catalanes, judíos, mozárabes, musulmanes, castellanos, gente sobria y borrachos, buena y mala gente. En la catedral ahí un rumor sin dueño, por miedo a que también le odien, de que en una ocasión se escucharon jadeos… Te imaginas todos paralizados escuchando, pero luego nadie escucha y todos niegan.
Todo esto me imagino, como me imagino que los del cementerio pequeño son los verdaderos constructores de la catedral y ahora miran su obra pero desde fuera, tan bella y tan rascando el cielo como se les antojó hacer a los que ahora la habitan.