Estoy frente al PC escribiendo un cuento cuando suena el teléfono; es mi primo Osvaldo, quien, luego de recriminarme por no haber ido aún a conocer su nuevo departamento, me invita a tomar onces el próximo domingo, como a las seis. Para convencerme me dice: “también vendrá el primo Gerardo, seremos sólo los cuatro”.
En la familia todos saben que con la edad, cada vez estoy más reacio a salir de la casa y menos, a celebrar mis cumpleaños. El próximo lunes cumpliré setenta y un años, pero esta invitación no es por eso, es para que le conozca su departamento, que me han contado es muy cómodo y bonito.
El domingo, a la hora señalada llego al departamento de Osvaldo y Paulina. Linda vista al Stade Francaise, se ven las canchas de tenis, la piscina y alrededores. A los pocos minutos llega Gerardo. Está cada día más viejo y deteriorado. Es el mayor de los primos.
Dos horas más tarde miro a Gerardo y le digo: Ya es hora de irse, ¿te paso a dejar?
—No, mejor lo llevamos nosotros, así salimos a dar una vuelta y aprovechamos para conocerle el departamento, que no ha querido mostrar desde que regresó a la civilización, desde su querida Antofagasta. Acompáñanos, volvemos al tiro y luego te vas —me dice Osvaldo.
—Bueno, vayamos, total aún no es muy tarde y Santiago es tan agradable a esta hora en primavera.
Partimos los cuatro y a las pocas cuadras llegamos a un edificio. El conserje nos indica que bajemos al tercer subterráneo y ocupemos el estacionamiento 301.
—Oye, tremendo edificio para tener tres subterráneos de estacionamientos. ¿Cuándo te vas a comprar auto? —le digo a Gerardo.
Llamamos a uno de los ascensores y subimos hasta el noveno piso —Un poco viejuco el ascensor, pero funciona bien— dije en voz alta. Nos reímos todos.
Gerardo se aproxima a la puerta del departamento y esta se abre. ¡Sorpresa! pues dentro están mi hermana, mis primos y primas con sus respectivas parejas. En total somos quince.
Aperitivos, comida, recuerdos y a la medianoche apagan las luces, traen una torta con una vela encendida y me cantan cumpleaños feliz; les digo unas cuantas palabras, que todos celebran. En realidad, esta ha sido una de las mejores, si no la mejor, reunión familiar en que he participado desde hace mucho, mucho tiempo. Todos alegres y dicharacheros, no ha habido peleas, porque no hablamos de política ni de religión, sino que recordamos a nuestros papás y de cuando éramos chicos, en fin, una velada excelente.
Miro la hora, es la una, ¡cómo pasa el tiempo! pienso, y luego me levanto de la mesa y comienzo a despedirme. Besos, cariños, nos estamos viendo pronto y agradezco a cada uno la fantástica sorpresa que me han dado. En una bolsa meten los regalos que me hicieron.
Salimos varios al pasillo; entramos al ascensor Osvaldo con Paulina, mi hermana, Mario su esposo y Gerardo. Somos seis, justo la capacidad del ascensor. Aprieto el -3 y partimos hacia abajo —¡Putas que estuvo buena la reunión, hermano!— exclama mi hermana. Todos hablamos al mismo tiempo, se nota que estamos contentos. El ascensor sigue su camino lento hacia el subterráneo. Al detenerse Gerardo dice: “va, este aparato no se abre”.
—Calma ya se va a abrir. Aprieta de nuevo el botón —dice Mario.
—Chuchas la huevá, ahora, resulta que nos vamos a quedar pegados en esta mierda, quizás hasta cuando —dice mi hermana con voz alegre y medio riéndose.
—No digan tonteras, ponte aquí a mi lado —dice Osvaldo, dirigiéndose a Paulina.
—¡Oigan!, yo le tengo pavor a los ascensores, así es que por favor no leseen —exclama Paulina un tanto nerviosa.
—Marca el primer piso —dice Gerardo, también con una voz poco natural.
— ¿Qué raro que no se pueda abrir un poco la puerta? Toca la alarma y mejor que no hablemos mucho para cuidar el aire —dice Mario con voz entrecortada.
—No oigo que suene el timbre de la alarma, debe estar malo. Golpeemos contra los costados, el conserje nos oirá —exclama Osvaldo.
Han transcurrido unos quince minutos desde que el ascensor se atascó en el tercer subterráneo. Noto que Paulina se toma de Osvaldo y que se ha puesto a transpirar copiosamente, y le dice en voz baja: “siento que me falta el aire y que me estoy mareando; haz algo por favor ya no puedo más”.
Mi hermana se reclina en el hombro de Mario y le dice con un tono de voz suave y relajada: “lo estás haciendo muy bien, respira tranquilo, no tienes un ataque al corazón”. Miro a Mario y me doy cuenta que está respirando muy rápido y profundamente. Ella me dice: “sufre de hiperrespiración, tengo que tranquilizarlo”.
Debe haber transcurrido una media hora desde que quedamos encerrados. La ropa se me pega al cuerpo, no siento mayores dificultades para respirar, pero decido sentarme en el piso, total ya llegarán a sacarnos.
Estoy totalmente tranquilo, cada instante que pasa voy sintiendo una sensación de relajamiento y bienestar general. De pronto, veo un camino recto, iluminado y al fondo, no muy lejos, una pareja. Sé que son mis padres, aunque no distinga sus rostros. Siento que comienzo a desplazarme lentamente hacia ellos, cuando recuerdo esa vez, en que estando en el colegio, quinta preparatoria, le robé dos pesos a uno de mis compañeros; noto que mis padres están ahora más lejos. Luego recuerdo esa vez, en que con engaños y casi a la fuerza, tuve relaciones sexuales con mi vecina, Gloria, ambos teníamos catorce años; veo con tristeza que mis padres ahora están mucho más lejos. Luego recuerdo cuando… mis padres son ahora dos puntos al final del camino. Siento una angustia y una tristeza terrible. ¿Cuándo voy a llegar al lado de ellos, si cada vez estoy recordando más actos que tenía bien olvidados?
JORVAL (15)
141204
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