Yo odio los periódicos. Son difíciles en el contenido y el objeto físico, en si, es desproporcionado e incómodamente desarmable.
No les resultará extraño, por tanto, que atenazado por el miedo a que el periódico se me deshaga en las manos y totalmente desorientado entre titulares, columnas, guerras y anuncios por palabras, mis esporádicas incursiones dentro del diario de la cafetería suelan acabar en la página de la programación televisiva, o peor aún: en la del horóscopo.
Ese día leí:

Amigo Virgo:
La vida social le dará muchas alegrías y es buen momento para hacer amistades duraderas. Cuide su salud.
Será atropellado por el autobús 217 a la salida de la cafetería.

La última frase me desconcertó, no respondía al tipo de mensaje genérico y banal que esperaba encontrar, pero no le presté más atención. No soy de esos que creen en zarandajas y supercherías. Además por la calle de la cafetería con toda seguridad sólo pasa el autobús 215.
El otro motivo por el que odio los periódicos es que no tienen fe de erratas.