SUEÑO
Por Víctor H. Campana
El carrusel gira y gira cada vez más rápido
en la plaza desierta donde el carnaval vino y se fue
llevándose de vuelta su música, sus bailes y licores.
Sólo tú estás ahí, con tu rubia cabellera suelta
y tu vestido de organdí blanco con pechera abierta,
subiendo y bajando montada en un caballo de colores.
Desde afuera, como clavado de pie sobre la tierra,
te miro girar y girar y en vano trato de asir tu mano
que se estira hacia mí en cada vuelta.
Me miras con tus ojos grandes, alegres, luminosos
y mi corazón se agita con tu voz que mi nombre grita.
Ríes con tu risa que embriaga los sentidos.
Las notas de tu copiosa risa giran con el carrusel
y se esparcen cual rociador de agua luminosa.
De pronto te duplicas, te triplicas, te multiplicas
para ocupar todos los asientos, el piso y los caballos
y el carrusel se llena totalmente de ti.
Sólo yo permanezco de pie, solitario, estático,
con mis brazos estirados hacia ti y bañado por tus ojos,
tus manos, tus senos y tu risa que llueven sobre mi.
Mientras giras y giras, tus múltiples idénticas figuras
se funden totalmente con el gigante carrusel.
Sólo queda tu figura alta, denuda y luminosa que gira y gira
y como un tornado se eleva en vertiginoso vuelo.
Sólo yo permanezco de pie, solitario, estático, mirando estupefacto
cómo te vas perdiendo en el espacio hasta alcanzar el cielo,
llevándote contigo todo cuanto es mi pasión y me delicia:
tus ojos, tus senos, tu voz, tu risa alegre, tu caricia,
y tus manos que saben recorrer mi cuerpo y acariciar mi pelo.
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