Virginidad de burdel
Ficción

Cuando aún no conocía el sexo siempre me preguntaba, qué tanta pena me daría desnudarme ante una mujer, si yo era el ser más pudoroso del mundo. Cómo sería posible despojarme de la vergüenza ante acto de tal magnitud.

Con el tiempo, que no fue mucho, decidí investigarlo en unas buenas piernas, sólo para comprobar que no lo haría con la luz prendida, y que nada se calentaría con el cuerpo desnudo en una habitación con aire acondicionado.

Fue el licor lo que me ayudó un poco, además de mis febriles hormonas que en ese tiempo presionaban dejar la idea de la vergüenza sexual. Las niñas, ahora se me presentaban como hembras y deseaba con lujuria verlas desnudas.

Al principio compre algunas revistas pornográficas, que me daban esa perspectiva que necesitaba; ver a tales seres sin un gramo de pudor haciendo cuanta locura fuera posible, sin embargo las hojas eran frías, y sabía que la textura de la piel era distinta, que los pezones se erguían por encima de la dermis, y que el cabello tenia un olor distinto al de la tinta, además eran mudas.

No fue difícil rentar mi primera película porno, por desgracia la compañía de los sonidos y el movimiento no eran suficientes para mi tierna y pueril curiosidad. Me di cuenta de cuanto deseaba llegar a ese húmedo lugar, al que todos rendían culto en secreto.

Mis primeros intentos fueron tan falsos y errados como la mujeres que intenté llevar a la cama (era seguro que sabía cuan depravado me había convertido), fui rechazado por ser directo, no preguntaba simplemente acercaba mi ataque a su retaguardia.

Los problemas aumentaron cuando mis amigos contaban con lujo de detalles sus "descorches" (aunque tenía la certeza que la mayoría eran ficción), la mera idea de continuar casto me era insoportable.

Muchos de mis compañeros probaron la miel de la fornicación con las doncellas, las desfloraron en un acto de ferviente amor adolescente, pero por ser la primera vez, a algunos los privaban de las deliciosas poses que había repasado en los videos y las revistas, eran sexos desabridos sin sabor ni sudor, yo quería algo distinto.

Durante semanas guarde los tantos billetes que usaba para jugar billar, comprar cigarrillos y emborracharme con la porquería más barata; ahorré hasta juntar lo necesario para cumplir mi sueño, ese con sudor, poses y sucio.

Fui solo, no quería que presenciaran mi proceder, compré unos cuantos "cauchos", me toma unas cervezas y tomé fuerzas. Ellas desfilaban de aquí para allá repartiendo sus cariños a los extraños, iban en minifalda y escote sin cuenta de los hombres con los que se habían acostado, andaban sin pudor, sin virginidad.

Como me enseño mi padre fui al grano, nada de ver show, ni de alcohol, ordené una mujer. Se presentó a mí sin tapujos y tomó con sus manos mi viril miembro, delante de todos, y sin que se dieran cuenta.

Del brazo me llevó hasta la habitación, de una cama y un baño, no tuve que decirle que era yo era un articulo nuevo, ella lo percibió. Lo hicimos, en todas las poses, me hizo lo que en las pornos había visto, le hice lo que se me ocurrió.

Luego, seguía escuchando las majaderías de los insulsos que probaron el sexo puritano, ese del "misionero", y volvía a ese lupanar.