Te miro... y me siento impotente al no poder hacer nada más.
Te observo... y me duele saber que lo hago desde la sombra del vulgo.
Te llamo... te grito... te elogio... pero mi voz se ahoga entre el bullicio y los aplausos del publico.
Te deseo... pero te me escapas en el despliegue suave de tu cuerpo, al ritmo de la melodía que bailas con tal delicadeza, que ni la caída del pétalo de la rosa más bella con los vientos de otoño, es capas de igualar.
Te busco... en mi mente, alma y corazón, y al no encontrarte en mi, vuelvo al anfiteatro tratando de hallarte en las salidas, en los balcones, en el escenario, pero cuando te encuentro, me topo con mil y un barreras, las cuales aplazan nuestro encuentro una vez más.
Te lloro... en la noche, en mis sueños, mientras bailas, porque mi amor por ti se incrementa y junto con él la locura por hacerte mía, desesperado al no hallar el modo de cómo lograrlo.
Te amo... no se como, ni el porque, si lo único que haces es bailar entre el movimiento urbano de la sociedad, sin ni siquiera notar mi presencia.
Te necesito... ahora más que nunca y que siempre, pues la enfermedad que me esta matando, es culpa tuya, pues tú eres la culpable de que este enfermo de amor y que el silencio ahogue cada vez más el motivo del vivir, transformándote en la única razón por la que existo.
Te dejo... sin haberte besado, sin susurrarte al oído que te amaba, sin acariciar tu espalda desnuda, sin palpar tu vientre ni tus senos, sin lograr hacerte el amor, sin que me amaras... me voy con el dolor de haberte conocido y el fracaso de irme sin ti, me marcho con las manos casi vacías, pues tan solo llevo con migo el recuerdo de tu baile y junto con el la silueta de tu cuerpo.
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