Allí yacía mustio, pálido, irremediablemente vencido, auscultado y desahuciado por el veredicto de la lógica. Pedro lloraba, apretaba sus puños y se arrojaba sobre él para darle ánimos. Mas, el enfermo no reaccionaba, su terminal enfermedad lo había enviado a la ribera de la muerte y allí esperaba, balanceándose entre las indecisiones de ser o no ser. Su cerebro, embotado y errático, rememoraba situaciones, chispazos, nada era posible retener y lo vomitaba después entre espasmos angustiosos. La pieza se recocía en las sombras, lo que entenebrecía aún más el aspecto fantasmal del agonizante. De pronto, una luz de esperanza, un relumbrón. Los ojos de José se abrieron desmesuradamente, acaso sus plegarias habían sido escuchadas. Luego, todo cesó y en ese rincón espeso de sombras alguien fallecía.
-Era demasiado viejo.
Pedro escuchaba cabizbajo y lloroso
-Ni siquiera un trasplante le hubiese salvado.
El muchacho movía su cabeza resignadamente. Pero ahora ¿Qué haría?
-Nada es para siempre. Eso tú bien lo sabes.
-Si- musitó el muchacho y luego de sonarse ruidosamente, salió de la habitación.
Atrás quedaba yerto e inservible su viejo computador 286, fiel compañero que ahora era incapaz de socorrerlo, puesto que la tecnología ya le había extendido hacía mucho tiempo el inapelable certificado de defunción…
|