En su esencia, los corazones se estremecen.




A esta hora, todos los días
su recuerdo sutilmente me aterroriza
prendido a la memoria, más viva que nunca.
Nítidos y escalofriantes susurros
De promesas calculando un piadoso abandono.

Apoderándose del cielo están las estrellas
Rocíos que ahora caen sobre mis mejillas
Meditaciones que no me son útiles
¡Injusticia que saborea el pesar de cada corazón!
¡Injusticia de amar y no sentirse amado!

Que por piedad la noche me devore en su oscuridad
Que me dé pronta muerte o me torture si desea
Pero que aleje de mí, el tormento de saberla lejos.
De saberme abandonado.

Si por piadosa mano de la noche,
Mi alma me fuera arrebatada
Aún mi descanso demoraría
De encontrarme sin alma y seguirla añorando
Como añoraba en la cansada búsqueda
De encontrar un camino abrupto
pero poseyendo cualquier mínima esperanza
Hacia aquel que la llena de vida,
y de sus palpitares, con un estremecedor ritmo
replegando cada una de sus venas.
Y mis venas, ya marchitas, proclaman mi viaje inevitable
al que algunos llaman Hades y otros Seol.
¡Cualquiera que sea tu nombre, llévame en alguna de tus barcas o naves
en donde he de hacer mi morada y librarme de mis males!

Pero, ¡cómo dejarte a un lado, noche mía!,
has sucumbido a mi abandono.
¡Te premien tus poseedores, tus dioses y espíritus!
Pues has llenado de mi corazón de consuelo.

Has mi estancia breve,
pues a un ser como yo,
su único temor es seguir viviendo.