Créeme
Cuando te diga que me voy al viento…
Cuando te diga no soy primavera sino una tabla sobre el mar violento…
(Vicente Feliú)
Puede que la gente me llame – como dice una canción – fabricante de mentiras. Puede que sean mentiras piadosas que sucumben a una realidad dolorosa y gris. ¿Cuál es el valor de la verdad en un mundo como el nuestro? ¿No es más leña al fuego hablar de verdades? Voy a bautizar mis mentiras como inventos, en palabras de Huidobro “inventa mundos nuevos…”.
Puede que todo se trate de ir inventando nuevos mundos que le den el sentido a vivir o ser lo que realmente queremos ser. Porque puede que lo que queremos ser aún no esté inventado. “Quiero ser un pez que vuele” “quiero ser un computador que sienta” “quiero ser un retricuvipo”. Los límites de nuestra realidad son tan breves, no nos queda otra que crear, crear para uno mismo, hacer el nido de nuestra propia existencia. Durante mucho tiempo el hombre ha intentado hacer el mundo de los otros negándole casi por completo la capacidad de ser, coartando su mundo, creando la palabra “mentira” precisamente para invalidar lo que otro quiere decir.
Sí, estoy a favor de la mentira, de la mentira maquinada y la improvisa, la que posibilita los caminos a la felicidad. ¿No es ese el fin del hombre? Puede que sea la comprensión del invento el obstáculo de nuestra concordia. Nos pasamos mucho tiempo señalando el invento ajeno sin preguntarnos la visión del que la construye, o cuáles son nuestros límites para involucrarnos en el universo que el otro inventa, o por qué no podemos entrar en él.
La realidad subyuga la creación. Quizás habría que tomarse la realidad como se toma el toro, por las astas. Hay una cierta fealidad en la realidad, hay un mundo ajeno en la realidad, hay una aprehensión de la que quiero librarme… inventa, inventa… mundos nuevos.
Recuerdo cuando era pequeña y mis compañeras de clases comentaban de la pata del diablo. Ellas decían que el diablo había venido a la tierra y en uno de los cerros capitalinos había dejado una gran huella que daban testimonio fehaciente de tal acción. Me acuerdo todos los terrores que me provocaba esa historia, hasta que un día mi padre me llevó a conocer la pata del diablo. Nunca hubo una pata del diablo, sino por el contrario, una huella de una gran mariposa de cuatro alas (Eso demuestra que en la prehistoria las mariposas eran gigantes, y que en vez de venir de los gusanos, venían de la mutación de elefantes…). Mi papá se metió en mi mismo mundo esa vez, lo recuerdo con claridad.
Así que para una próxima oportunidad, señor y señora, usted no se preocupe por decir mentiras o verdades – como diría Nietzsche – en sentido extramoral, esta humilde servidora le sugiere crear, inventar, nacer… y le pido que me crea, aunque sean las mentiras.
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