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Hoy mi teléfono despertó del letargo en el que se encontraba y grito a los cuatro vientos su existencia, el sonido era mas bien de triunfo sobre el olvido inminente en el que se hallaba, me costo trabajo localizarlo, ya que desde hacia tiempo lo deje arrinconado en algún lugar de la casa donde pudiera morir poco a poco, como un condenado a muerte.

Poco a poco su suplica tomo un tono imperativo, ordenando acallar su ansiedad de ser tocado de una sola vez, sin embargo los dioses de la tecnología se interponían en sus deseos y el reo debió conformarse con mi andar parsimonioso y mis movimientos lentos que denotaban la indiferencia de sus plegarías.

Por fin el pequeño aparato estuvo entre mis manos y pude sentir nuevamente la frialdad de su metálica piel, recordé el porque lo había sentenciado al mutis absoluto, muy pocas personas tenían esa herramienta para comunicarse conmigo, en su mayoría estaban sepultados en el olvido, no existe nada mas desconcertante que escuchar las palabras de un muerto, porque el olvido es la muerte que mas adolece al individuo, ya que empieza a transitar por la vida como un fantasma de su propia existencia.

Observe el artefacto, mientras el faro intermitente de su pantalla, pedía clemencia, los números almacenados en la memoria tecnológica de aquel aparato, me eran desconocidos, hacia tanto tiempo que no lo utilizaba que a penas si pude acertar a teclear el botón de recibir llamada.

Me coloque el auricular en el oído izquierdo y escuche al otro lado de la línea una voz desconocida, como si intentara resucitar de mi recuerdo, preguntaba insistentemente por mí, con un hilo de voz, respondí a sus cuestionamientos, dijo ser un viejo amigo de la universidad, cosa que realmente me extrañaba, ya que las pocas amistades que hice durante esa etapa de mi vida, poseían otra forma de contacto.

No quise preguntar nombres, bastaba con darme cuenta que mi interlocutor notaba mi voz inmutable e inalterable ante sus esfuerzos por obtener algún indicio de que aun lo recordaba.

Mi voz no cambio, seguí atenta ha las pistas que el desdichado individuo enviaba para renacer mi memoria, sin embargo no encontró el trato amable que sus ilusiones esperaban, por fin pregunte quien era el que estaba al otro lado del teléfono.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, iniciando en mi nuca y terminando en mis pantorrillas, mi cerebro no logro encontrar escenas placenteras al hacer la asociación de imágenes con palabras, quise gritar pero fue inútil, el estado de asombro impedía que articulara de manera apropiada las ideas, debí haber articulado algún sonido incomprensible que describiera mi actual estado de ánimo y eso tranquilizo al que estaba al otro lado de la línea:

- Fue realmente difícil dar contigo, siempre que intentaba llamarte el número estaba fuera de servicio, - con tono irónico y familiar agrego - En realidad que te has vuelto importante.

No quise responder a su mal acomodado comentario, me sentía invadida en mi intimidad, como si un intruso hubiese entrado, justo en el instante en que la toalla caía al piso y dejaba ver mi cuerpo desnudo.

Él seguía tratando de obtener respuestas a sus revelaciones y yo seguía recordando y maldiciendo el momento en que el pequeño diablo de la soledad invoco a sus secuaces y como maldición le recordaron a ese sujeto mi existencia. Observaba el diminuto aparato con la única esperanza que los latidos electrónicos de su corazón expiraran de un momento a otro, pero no sucedió, y él siguió hablando por un largo tiempo, como si mi silencio le aliviara y pudiera así recitar su monologo de inconformidad ante la vida.

¿Y a mi que diablos me importa que tu esposa te haya dejado?, y que tu abogado te diga que desees o no es tu obligación pagarle a esa mujer una indemnización por haberte tolerado 5 años. Escuche con la misma atención que ponen los niños ante una clase de física cuántica y su relación con la existencia humana.

Mi mente vagaba por universos inexplorados, que de no haber sido por aquel intruso jamás hubiera pensado que existían, siempre he dicho que la existencia de algo esta limitada a la credibilidad que el ser humano desea ponerles; por fin pidió una sita más formal, en un café conocido de la ciudad, para platicar de mis peripecias como escritora y mis impresiones ante la caída de valores católicos en la sociedad moderna.

Solo reí, el tema era lo de menos, lo que en verdad me ponía la carne de gallina, como se dice vulgarmente en mi pueblo era la naturalidad con la que había podido llevar la situación, acepte y le sugerí que invitara a otros amigos, mismos que yo personalmente contactaría y darían a conocer sus impresiones también ante un publico que pagaría su entrada por escuchar nuestras reflexiones y así la sociedad y nosotros saldaríamos nuestras cuentas.

Él aplaudió mi punto de vista y la sita quedo en promesa, de repente el teléfono enmudeció y quedo en el aire la palabra de llamar posteriormente para determinar el día y la hora, como toda mujer ermitaña, fiel defensora de su intimidad, arroje por el excusado el aparato y envié un mail a mis pocas amistades contándoles el episodio y suplicándoles discreción en mi nuevo número telefónico.

Texto agregado el 14-12-2004, y leído por 123 visitantes. (0 votos)


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