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El señor Paulo bailaba tecno.

Al señor Paulo lo conocí en la pensión “Dulce Hogar”, que no era ni dulce ni era lo que se podría llamar un hogar, pero era el único techo que mis escuetos recursos podían pagar. Además de mí y del señor Paulo vivían allí también dos hermanas y por ultimo Alberto, Albertito, el Tito. Yo no socializaba demasiado con ellos porque no tenia tiempo de conversar mucho ya que estaba ocupado sintiendo pena por mí mismo, pero lo que sí recuerdo era la guerra en la que vivían enfrascados el señor Paulo y Tito. Tito escuchaba pumchi-pumchi todo el día, lo que naturalmente al sexagenario hombre, el señor Paulo, no lo hacia feliz, y ninguno daba señales de querer dar su brazo a torcer. Después de las quejas reciprocas, pasaron a la acción evasiva de confronto frontal, señor Paulo sello las rendijas de la puerta con aislante y Tito tapizo su pieza con cajas de huevo vacías. Una muestra de civilidad que no duraría mucho, ya que el retumbar del pumchi-pumchi comenzó a potencializar las rabietas caprichosas del anciano. Pero el señor Paulo no era hombre medroso, había servido en la guerra civil y alcanzado el grado de sargento antes de una bala perdida atrofiarle él habito de caminar como el resto de los mortales, dándole una cojera particularmente graciosa y avinagrándole el espíritu de por sí rancio propio de suboficiales entrenados en las marciales artes de la guerra y la obediencia. Asi fue que partió la ofensiva de este lado, cortando la electricidad de toda la casa después de las 2100 como le decía el ex militar a las nueve de la noche. Todos fuimos perjudicados con eso, pero como se sentía en el aire el clima de guerra, nos limitábamos a aceptar en silencio, incluso a veces una de las hermanas, a veces la otra, se dejaban deslizar en silencio dentro de mi cama pobre de escritor frustrado durante aquellos apagones de bombardeo aéreo londinense.
Tito por otro lado, inflamable hijo de fumadores de cannabis liberales y liberados, incluso liberados de la responsabilidad vitalicia de cuidar de un hijo, no era ni tonto ni perezoso y consiguió con algún amigo supongo, un generador a gasolina y una batería de camión con la cual infernizaba las noches de nuestro dictador de la luz. La contraofensiva del señor Paulo fue la de derribar las barreras de la privacidad durante la ausencia de Tito y robar la batería simplemente, pero no hacerla desaparecer, la victoria para él era la derrota moral de Tito ver su batería destruida al lado de afuera de su ventana todas las noches en que quería escuchar su eterno pumchi-pumchi. Pareció dar resultado por un tiempo, pues durante varios días, incluso casi dos semanas, no hubo música, al punto que el señor Paulo libero el toque de queda eléctrico y consecuentemente disminuyeron las visitas de las hermanas a mi dormitorio. Pero había un aire de misterio en el ambiente, ruidos a veces se oían en el cuarto de Tito y entradas y salidas a deshoras, sin mencionar un silencio incomun y mirada perdida, pero iluminada, como saboreando anticipadamente un gran placer. Un martes cualquiera, cerca de las 2300, un estruendo comenzo estremeciendo rítmicamente y cada vez mas alto y más rápido los vidrios. Tito había construido una súper bomba para vencer a su enemigo, autosuficiente pues robaba luz directo del transformador, anulando el corte de suprimentos por parte del sexagenario enemigo y programado para funcionar las 24 horas del día provocando accesos de locura inclusive a mí que no daba mucha importancia y observaba con humor y curiosidad el desarrollo de aquella pequeña guerra. Se podía decir que Tito gano, dio el golpe de gracia, pero el viejo leon de la belicosidad estaba herido pero no abatido y volvio al ataque. Y de esta vez usando la política y sus maquievelicas maneras de alcanzar objetivos, el señor Paulo fue desleal y apelo a un gris escribiente del ministerio de la guerra que le debia un favor para mandar a confiscar el sistema de sonido de Tito. Vino la ira y las agresiones verbales, luego y por varios meses el silencio, pero al contrario de lo esperado, no se le veia un rostro de completa alegria al señor Paulo, incluso se podria decir que a veces se le perdia el mirar en una mueca triste. Asi fueron pasando los meses, y llego la navidad, las hermanas viajaron y solo quedamos el señor Paulo, Tito y yo frente a un pequeñito y triste remendo de arbol, y sin tener mucho que hacer empezamos a tomar vino, y luego mas vino aun, estando ya medio alegres Tito saco dos cigarros artesanales de esos que fumaban sus papas y que dan risa y nos ofrecio, yo acepte y quede tremendamente sorprendido al ver al señor Paulo también aceptar y empezar a fumar. Después subio a su pieza y bajo con una caja que dio de regalo a Tito.
-Para ti Tito-le dijo- feliz navidad.
Tito la abrio y era una radio, subio corriendo y bajo rapido con su cassette de pumchi-pumchi, lo puso en su radio nueva a todo volumen y con toda la alegria que nos proporcionara el cigarro dulce y el vino abundante, yo y el nos pusimos a bailar.
Y de repente, como uno de los hechos mas increíbles que he presenciado en toda mi vida, el señor Paulo con su cojera y sus caprichos seniles, se puso a bailar el pumchi-pumchi con nosotros, y con mas risas y alegria incluso.
Cuando paro la musica y nos sentamos para tomar otro vino, Tito dijo:
- Gracias por la radio abuelito.
- De nada nieto querido- le retruco el señor Paulo.


FIN

Texto agregado el 14-12-2004, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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