En el jardín de Maria apareció una mano
En el jardín de Maria apareció una mano, y en la mano había un anillo, y el anillo tenia una inscripción, y la inscripción decía: “para siempre...”, y Maria lloro. Anos antes Maria conoció un hombre, un buen hombre, un hombre humilde y esforzado que se enamoro perdidamente de Maria, y ese hombre la buscaba con la mirada anhelante el domingo en la plaza después de misa, y era el mismo quien le enviaba esquelas anónimas y perfumadas, y quien escondido atrás de los árboles la seguía todos los días cuando ella volvía del colegio a su casa, un poco para verla y un poco para protegerla. Pero Maria solo sabia despreciarlo. Y el hombre sufría con aquel desprecio, pero nunca dejo de amarla en silencio y a escondidas. Un domingo en la plaza Maria se aproximo de el con un gran manojo de esquelas perfumadas pero ya sin perfume, el hombre al verla fue petrificándose en el lugar hasta alcanzar un grado mayor de inmovilidad que la estatua de algún prócer de la patria bajo cuya sombra el se cobijaba en aquel momento, y cuando ya no recordaba siquiera que debía respirar, Maria en silencio y con una mirada glaciar de desprecio le arrojo a los pies el manojo de esquelas. El hombre quiso morir, fue despreciado por la única mujer que amaba y con quien jamás había cruzado una palabra, pero no dejo de buscarla con la mirada anhelante los domingos en la plaza después de misa ni dejo de seguirla escondido en las sombras de los árboles frondosos del barrio noble donde Maria vivía. Todos los dias durante 10 anos.
El hombre tenia un gran amigo que era joyero, y a el le encargara la confección de un bello anillo con una inscripción para Maria, y llevo aquel anillo todos esos anos en el bolsillo de su pantalón, y apretándolo con fuerza cada vez que la veía. Y Maria sabiéndose seguida, invito a su primo Reginaldo a la casa de botes, y Maria sabiéndose espiada, se desnudo frente a Reginaldo e hizole el amor de manera grotesca, animal y desenfrenada, fijando la mirada fría y desdeñosa, en el lugar oscuro en que ella sentía estaban los ojos de aquel buen hombre que se consagro a ella. Y después nunca mas lo vio. Apareció solo un ano mas tarde flotando en el río con las venas cercenadas por el frió metal de una daga de matarife, o por el frió metal del amor no correspondido, del ser humillado una y otra vez hasta no aguantar mas el dolor en el corazón y preferir la muerte inmediata y total del cuerpo a la muerte lenta y gradual del alma. Y el único que sabia aquella historia, el amigo de aquel buen hombre, el joyero que fue y lo reconoció y providencio el entierro triste donde solo él estaba presente en una grisacea tarde de noviembre, con una lánguida y persistente lluvia lenta, y con rabia por la injusticia y ante la ausencia de testigos, abrió el cajón de su amigo y con un cuchillo le corto su mano derecha y extrajo del bolsillo del cadáver el anillo fabricado por el mismo diez anos antes, lo coloco en el dedo medio de la mano separada del cuerpo de su amigo, y con los ojos llenos de lagrimas de rabia, fue y tiro la mano en el jardín de Maria, donde sabia que ella paseaba a su hijo bastardo y enfermo que engendro en la casa de botes con su primo solo para mortificar al hombre que durante anos la amo en silencio, y que seria la razón por la que fue excluida del mundo por su padre, y sabia con certeza que así al menos él, como amigo, se sentiría en parte vengado. Y así fue como en el jardín de Maria apareció una mano, y en la mano había un anillo, y el anillo tenia una inscripción, y la inscripción decía: “para siempre..”. Y Maria lloro. Lloro por su vida perdida por su orgullo, por nunca haber conocido el amor y por la certeza de que su destino fue doblado por ella misma, ya que estaba escrito que con aquel hombre que la amaba en silencio ella conocería la felicidad y la dicha de una familia numerosa, sana y longeva.
Y Maria lloro.
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