Clic
“Clic” puede ser un sonido agradable. Al principio, mis amos no me sacaban de la bolsita. Mi condición de nuevo en el hogar me otorgó una posición preferente. Todos me cuidaban, y me dejaban dentro de la bolsita. ¡Qué grandes momentos! Ahora podría comentar varias anécdotas, pero la mejor fue cuando, en un alarde de ingenio, uno de mis amos me apuntó hacia una pared, apretó uno de mis flamantes botones… ¡y el canal de la televisión cambió al otro lado de la habitación! Fui el tema de conversación estrella durante una velada amenizada con la televisión encendida gracias a mis botones. Qué gran honor.
Antes me usaban para ver de todo. Aunque todo lo que veían por la tele acababa casi siempre asqueándoles aunque les gustara,no dejaban de usarme. De hecho, creo que a veces veían cosas que no les gustaban a propósito, porque sabían que con mi ayuda podrían cambiar de canal en cualquier momento, como si ignorasen que todo lo que viesen quedaría grabado en su memoria hasta que otra información que ellos no eligiesen ocupase su lugar.
Aquellos buenos momentos duraron poco. ¿Qué culpa tengo yo de estar mal fabricado? ¿Qué culpa tengo yo de que el Mercado ordene que a mayor fabricación y mayor competencia peor sea el producto medio?... ¿acaso yo le pedí al tiempo que gastase mis pilas sin previo aviso, que los mecanismos se gastaran y que la implacable roña se metiera por mis resquicios? Cualquier ser con dos dedos de frente sabría que yo no tenía culpa de nada, pero de ser el mando a distancia pasé a ser el trasto. De estar en la bolsita, pasé a ser mordido por las mascotas, a caer una y otra vez al suelo por el descuido de mis amos, a sufrir pérdidas dolorosas y constantes de pilas rodantes. Yo, que antes era motivo de disputa familiar, fuente de poder, ahora comprobaba que los recambios de pilas tardaban más en llegar, que los símbolos de mis botones desaparecían, y que cada vez escuchaba más cosas como “este trasto no funciona, a ver si compramos otro”.
Hay pensamientos que me entristecen, porque el hecho de envejecer ayudó a esa familia. Antes veían de todo. Pero al envejecer yo, empezaron a ser selectivos. Antes de apretar un botón durante varios segundos de esfuerzo colosal para obtener algún resultado (con lo fácil que sería levantarse del asiento y apretar el botón del televisor, pero bueno, no tiraré piedras sobre mi tejado), mis amos empezaron a hacer algo muy extraño. Comenzaron a pensar, a reflexionar si era adecuado o no cambiar de canal, por ejemplo. Yo creía que eso contribuía a su bienestar, y por eso confié que volverían a quererme como aquel primer día. Pero el que podía haber sido el último recambio de pilas (lo reconozco, estoy algo viejo) no llegó, y sí llegó en cambio un mando nuevo, muy peripuesto, que además de funcionar con la tele funcionaba con el vídeo, el DVD, la mini-cadena y con la madre que lo matriculó... ¡novato, esquirol, eso es intrusismo profesional!... en fin, él no tiene culpa, fue fabricado así.
El tiempo ha pasado, sí… y hora no estoy en una bolsita, si no en una bolsa, de basura concretamente, en un vertedero municipal. Todos pensaron que había muerto, pero aún queda energía en estas viejas pilas…y aún no he perdido la esperanza. Mi destino parece ser desaparecer entre un montón de basura, pero si me queman, alguno de mis átomos puede llegar a formar parte de otro mando, y si me encuentran, quizá aún pueda hacer lo que mejor sé hacer…cambiar canales, subir y bajar el volumen. Para eso me fabricaron… ¿un momento, quién anda ahí?... clic.
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