Los domingos de resaca se prestan siempre bastante fértiles a este tipo de reflexiones. He de reconocer que pese a que ya no se repiten con la malsana frecuencia de antaño, siguen reproduciendo escenas que logran rescatarme de mi divertida monotonía. Aún puede uno contemplar, en apenas ocho horas, como personas especiales para sí mismo, se conocen por primera vez; puede uno encontrarse con un viejo amigo... Tan amigo como viejo, porque su hija acabaría interviniendo en la conversación - Es sin acritud, José Luis, bien lo sabes. - ; ser víctima verborreica de cada camello de medio pelo que pulula por las discotecas locales; intentar robar el sombrero de la recién estrenada pseudonovia de un amigo; cruzarse con los amigos de un hermano, que a modo de despedida de soltero, se debaten entre el jolgorio y la responsabilidad autoimpuesta; encontrarse con el grupo de juerguistas amateurs que contribuyó notoriamente a mis primeros desvirgues sexuales, estupefacientes e intelectuales (digo
juerguistas amateurs, porque juro que conozco a auténticos profesionales); aún da tiempo a visitar bares cerrados con el afán de desayunar. Cuando mediada la tarde uno hace balance de lo que cabe en ocho horas, en realidad es consciente de que son más las horas invertidas en estas ocho. Para que anoche fuera como fue, el determinismo dicta que muchas noches precedieron a ésta como consecuencia previa de lo que ayer ocurrió. Con las fechas que se aproximan, uno tiene la inevitable certeza de que en las próximas celebraciones este pensamiento recurrente regresará inexorablemente a mi jodida cabeza.
Aprovecho, vaya por delante, para manifestar mi más sincera repulsa y odio hacia la navidad y todo lo que con ella está relacionada, pues desde que descubrí "lo" de los reyes, perdí cualquier tipo de fe en el altruismo desinteresado. - Salvo en contados casos de superación de problemas de eyaculación precoz... Y no las tengo todas conmigo en que efectivamente fueran desinteresados, y no mediara el miedo al abandono -.
Ahora vendrán los balances del año - económicos, sentimentales, sexuales, físicos, literarios, filosóficos, laborales - y las ineludibles promesas y propósitos que generalmente no alcanzan a ir más lejos de un 15 de enero. Y con certeza afirmo, que como en el Eterno Retorno de Nietszche, en 365 días estaremos en las mismas, con la gloria y la mierda de siempre, mas con distinta fecha. Cabrá obviar que mi propósito este año es no plantearme propósitos, y el balance lo llevo al día, y por ello desde hace años continuo haciéndolo en cada una de las jornadas, para cuando me mire al espejo no tenga que preguntarme si lo que estoy haciendo es efectivamente lo que quiero... Para que no tenga que plantearme si mañana será otro día, porque efectivamente, mañana será otro día... Como en todos ellos - y esto incluye el 1 de enero como uno de tantos - .