Noche de paz, jolgorio en todos los hogares, música de villancicos que se trenza, obsecuente y desenfadada con los olores deleitosos de los asados que casi todos los vecinos preparan en el patio de sus casas. Risas, gritos de niños, gente que a uno nunca lo ha visto y que en esta ocasión le sonríe alucinada. Noche de paz, cena frugal en que los hijos tragan casi sin deglutir para emprender el vuelo a otros hogares más iluminados y con más jóvenes con quienes compartir. Cuenta regresiva que acelera los corazones... nueve, ocho, siete...luces coloridas que pestañean iluminando las particulares creencias... seis, cinco, cuatro... regalos enfundados en tapices de papel que pronto serán desgarrados por los dedos frenéticos de esos jovenzuelos entusiastas...tres, dos...corazones latiendo con el ritmo de un tambor africano, ¡uuuunoooooo!, se descorcha la alegría, mezclada con nostalgias lagrimosas, estampidos, pirotecnia en los cielos y en el alma, encendida ésta por unos cuantos brindis de champagne. Música, estridencia, abrazos y promesas, puesta en escena que es casi un ensayo general para ese fin de año y el principio del otro que esperan a la vuelta de unas cuantas horas, en ese trasbordo del tiempo que nos va acercando efímeramente a esa meta que casi todos divisamos tan lejana.

Me quedo solo contemplando esos programas envasados de la TV, prodigio de técnicos que desdoblan a esas celebridades para que nos acompañen en ese momento y a su vez celebren con los suyos en sus propios hogares. Recuerdo otras navidades con los niños rondando, riendo, jugueteando y dándole sentido a esta festividad, pequeños rapazuelos que no se alejaban del nido, ansiosos que se produjese algún prodigio, situación inmanejable que los superaba por completo, puesto que muy pronto el sueño les vencía y se quedaban despaturrados en los sillones, en el suelo o en nuestros brazos, soñando talvez que eran demasiado felices.

Contemplo la mesa como un campo de batalla en que agonizan los cadáveres de los buenos deseos junto a los pocos restos de carne, entreverándose por allí una mirada complaciente detrás de una copa a medio beber, un conato de discurso, derrumbándose ebrio dentro de la ensaladera, suspiros, anhelos, difuminándose entre la tenue humareda de algún cigarrillo, música suave que atesoro para aquellas ocasiones cuando ya ha estallado la ilusión y nos hemos dado cuenta que después de eso, todo decanta en lo mismo, con sus exactos colores y con sus previsibles ritmos.

La música me transporta, cierro los ojos y me dejo llevar a algún lugar en donde existe alguien que me deleita con su mirada, con sus silencios, con su poesía, es alguien imaginario que se acerca y se acomoda a mi lado, siento su perfume, sus suspiros, su mirada, me dejo seducir, la imagino sutil y transparente, elegante, gentil, alzo mi copa y brindo con ella y siento como me llena de sensaciones acústicas que me arroban el alma, es tan suave, tan dulce, tan bella, me adormezco y me prosterno ante aquella musa que me acompaña en mis sueños y permanece silenciosa junto a mi hasta que los primeros albores me despiertan a la realidad.

Cada uno luce aquella mañana su regalo como un galardón adquirido por la complicidad de una noche obsequiosa. Yo aún no me sacudo del todo de aquella imagen arrobadora que desde siempre me ha acompañado y hasta es posible que ella cierre mis ojos cuando estos se queden fijos mirando la nada…


(Felices fiestas para todos los amigos y el deseo ferviente que el año que viene comience a fojas cero con los problemas y a tambor batiente con las cosas bellas que nunca debiesen abandonarnos)