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Inicio / Cuenteros Locales / demabe / Batalla de elefantes y dragones

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Miles de ojos amarillos acechan el paso de la manada. Desde la parte más oscura y profunda de la selva, los dragones contemplan a los elefantes tranquilos en su ruta hacia el río, esperan a que avancen un poco más. Los colmillos mortíferos de sus enemigos no los intimidan. Los dragones confían en sus garras y en su aliento de fuego para la pelea.

La jefa de la manada detecta peligro. Voltea hacia la selva. Sus ojillos no ven nada fuera de lo normal en medio de esa espesura. Y sin embargo sabe que allí hay algo. Observa la procesión de sus congéneres; con la trompa, las madres dirigen estrictamente a los pequeños que se han salido de la fila; los otros, mientras, reciben la alarma de la jefa con ligeros barritos. Vigilantes, aceleran el paso.

Los dragones comienzan a aletear, salen de sus escondites, rugen, incineran los árboles a su paso; el choque es inminente; la tierra tiembla ante las gruesas patas de los elefantes que preparan la defensa, las crías se esconden bajo el cuerpo de sus madres; los dragones sobrevuelan el lugar y esquivan los embates del enemigo; uno de ellos es prensado por la trompa del contrario, su cabeza estalla al estrellarse en el tronco de un árbol; más allá algunos elefantes tienen la piel desgarrada y caen barritando de impotencia, otros pelean cuerpo a cuerpo, tratando de encajar sus colmillos en la piel escamosa de los dragones que los asfixian apretando con su largo cuerpo; entre fuego y estruendosas órdenes militares de ambos bandos, los elefantes más jóvenes huyen hacia la selva, las madres tambaleantes luchan con colmillos ineficaces ante la rapidez de sus enemigos, su gruesa piel se comienza a irritar con tantas bocanadas de fuego recibidas, algunas, muertas por asfixia, se derrumban matando a su vez a sus asesinos, hechos un ovillo alrededor de su cuello; los cuerpos caen por aquí y por allá, provocando un estruendo inimaginable; mientras yacen los cuerpos de elefantes y dragones en medio de un incendio, los que quedan lidian ferozmente con sus contrarios; al cabo de un rato, sólo la jefa de la manada sigue en pie; el lomo ensangrentado, sus grandes orejas hechas jirones, llagas en todo el cuerpo; lucha contra los tres últimos dragones que lanzan zarpazos y bocanadas, uno logra enrollarse en su voluminoso cuerpo; los jóvenes elefantes que lograron salvarse observan desde su madriguera improvisada el combate; la jefa, a quien creían invencible, poderosa, inmortal, cae frente a sus ojos, pero antes de desplomarse alcanza a tomar con su trompa la garra de un dragón y, desfalleciente, lanzarlo hacia el suelo enrojecido por las llamas y la sangre. Un dragón, el único sobreviviente de la batalla, se aleja herido entre el crepitar de la lumbre y los últimos estertores de algún moribundo.

Las crías salen temerosas de sus escondrijos. Poco a poco se abren paso entre los troncos roídos por el fuego, los cuerpos destrozados y los charcos de sangre. Con sus trompas acarician a sus madres, les limpian el lodo y la sangre; ellas no responden. Cuando anochece, el pequeño grupo emprende el camino hacia el río, con la batalla grabada en su memoria.

Texto agregado el 11-12-2004, y leído por 705 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-12-2004 Sabes? me imaginé a un tablero de ajedrez budista q me construí hace tiempo, en las negras puse a dos dragones como caballos y en las blancas a dos elefantes, por un momento imaginé toda la batalla encima del tablero como una partida de ajedrez tremenda y sangrienta. Me parece curioso como combinas dolor y crudeza y produces algo hermoso. vihima
 
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