María Pía cortó el teléfono con resolución, dando a antender con ello que daba por terminada la relación amorosa que mantenía con Juan Esteban. El romance había tomado otros cauces, el ya no era de su agrado, le comenzaba a molestar todo lo suyo, sus gestos, su discurso, esa entrega tan incondicional que tenía mucho de perruna. El teléfono sonó una y otra vez y ella, indiferente, se quedó recostada en su cama mirando la techumbre.
Al día siguiente apareció Juan Esteban. Presentaba unas tremendas ojeras producto del insomnio. María Pía entreabrió su puerta sin quitar el seguro y le dijo con voz enérgica:
-Lo nuestro ha terminado
-Pero mi amor, tenemos que conversar, discutir algunas cosas.
-No tenemos nada más que hablar.
-Por favor.
-Nada.
Un hombre cabizbajo contempla las aguas de aquella bahía. Al parecer, lo embarga una gran tristeza. Saca algo de entre sus ropas, es un cigarrillo que enciende para fumarlo despaciosamente. La noche comienza a caer, reflejando su oscuro manto agujereado sobre aquellas aguas ligeramente mansas. Cuando la última voluta de humo se dispersa en aquella inmensa salinidad, el tipo, comienza a pasearse con pasos cortos e irresolutos sobre aquellas tablas acostumbradas al coloquio de las aguas. De pronto, parece decidirse, se aproxima al borde y sin pensarlo dos veces y sin testigos que lo socorran, se arroja voluntariamente hacia esas aguas de olvido.
Los crustáceos y algunos seres carnívoros hicieron lo suyo con aquel cadáver informe y cuando fue sacado de las aguas, luego de ser descubierto por un horrorizado pescador artesanal, faltaba gran parte de su cuerpo, pero aún así, pudo ser identificado como Juan Esteban Márquez.
María Pía, ignorante del hecho pero feliz de haberse desembarazado de su implorante novio, celebraba con algunas de sus amigas aquella codiciada libertad, cenando en el lujoso restauran María Isabel, cuya especialidad era la cocina marina. Achispada por los vapores etílicos de un exquisito champagne, trozaba minuciosamente aquel pastel de jaiba y entrecerraba sus ojos mientras se deleitaba con aquel sabor agridulce. Ese bocado le trajo algunas reminiscencias que no supo distinguir en aquel momento de inmenso jolgorio, puesto que lo que la alegraba en demasía era el haber puesto definitiva distancia entre ella y aquel que comenzaba a atorarla...
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