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"La verdad en el sabor de una mentira"

Una sensación inestimable y el ardor de la soledad me vuelven -frente a ella- el foco de un terremoto móvil. Su vanidad recorre milimétricamente cada ángulo del lugar; con el dedo índice se dibuja las cejas y el dorso de la mano pinta sus labios, respingando levemente la nariz.

Su figura se forma fascinante entre su voz que la dibuja urgente y sutil. Somos dos personas, todavía no termina de decirlo y ya con ambas manos recoge lo negro de sus cabellos y la representación de sus senos se pronuncia discretamente, como estatua tatuada en las líneas de su piel.

Después de quince minutos el lugar cambia y no, ya no es el mismo. Abierto las 24 horas, surgiere el rosado y azul neón de un letrero. Frente a mi queda el mar y en mis ojos el espejo de baño.

En instantes que me parecen una eternidad escucho el silencio que da una ciudad cuando duerme. Ella aparece por un pasillo que la mirada retrocede al lavamanos, siento su mirada, se encuentra ya con el rostro hidratado. Sus ojos se limitan en mis pupilas.

Con los dedos separados y el brazo sobre la mesa recojo el pelo que interrumpe su cara. Y la temperatura de mi cuerpo me hace vulnerable, en dos segundos me muestro dominado, cohibido ante la inocencia de su mirada.

Transparente se mueve el mar en este puerto, pero aquí adentro el aire artificial choca entre cristales que atrapan un pedazo de océano. Pienso que afuera el viento acariciaría su mirada.


Inofensivamente, un organizado juego ocurre en la mesa, sus ojos se hacen más profundos, enormes, más hermosos. Su tacto puede tocarme en varios lados, pero su mayor secreto fue descubrir mis sentidos con su piel.

Yo me convido apenado al intentar inútilmente aguijar, con un plástico como tridente, la cereza del derretido helado.

En lo que ella llamó una atmósfera de realidad imaginaria, Carolina, apostó a que todo había muerto y -no en el tiempo- sino donde había nacido, en el corazón de ella. Sobre mis sentidos también dejó un arrugado papel que con la mano derecha apretaba. De sus labios marcados en rojo escaparon palabras que más tarde formaron un giro del destino.

Nunca supe que escribió. Pero jamás volvimos a recordar cuando escondidos en lo profundo de la noche bebimos la espuma del mar brotando en su cresta, apenas asomándose para desmoronarse en las rocas.

Dándose la vuelta, ella se alejó; con orgullo dejé que se retirara.

Y no, no fui yo el culpable. Fue esa mezcla de ansia y dolor, producto de aquella realidad imaginaria, de aquel amor quemándome las manos, de ese miedo que todavía me persigue como las mentiras de una verdad que fue inventada.

Ahora, ella, cada noche se confunde en la oscuridad y el silencio que da una ciudad cuando duerme. La marea amontona letras tiradas que hablan de ayer, cuando una sirena atraída por un extraño se desvaneció conforme la oscuridad se fuga.




alejandro hernández
lópez
Xalapa, Veracruz, México.
faunaurbana@yahoo.com.mx

Texto agregado el 03-07-2003, y leído por 285 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-07-2003 Me gustó mucho, está escrito tan claramente. Muy bueno. CaroStar
08-07-2003 Me gustó mucho tu texto. Tiene frases muy afortunadas e imágenes precisas. Un saludo. santacannabis
03-07-2003 Es bueno, lo sabes?. saludos. cao
 
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