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Se llamaba Richard porque a su padre le gustaba Wagner; creo que las madres de los hoy tan corrientes Arturo-Felipes o Luis-Andreses comprenderán esa travesura paternal. No extrañará a nadie por tanto que Richard escuchara las más complejas composiciones musicales desde su más tierna infancia, ni que el regalo para su sexto cumpleaños fuera un piano de cola, ni que con tan sólo trece años ya tuviera claro a que se iba a dedicar: a la literatura.
Si bien las clases de solfeo no consiguieron los fines deseados por su padre; Eusebio, (segundo motivo por el que el Richard se llamaba Richard); justo es reconocer que su educación musical agudizó una sensibilidad que ya de por si poseían en grandes dosis todos los miembros de la familia. Sensibilidad de la que Richard haría gala en toda su posterior obra literaria.
Richard se hizo poeta. Y cumplió la archiconocida regla de que la profesión que el hijo desea siempre se encuentra entre las que son inmediatamente superiores a la de su padre. Eusebio era jardinero.
( Los lectores más avezados ya habrán detectado mi impostura. Este narrador que lejos de intentar contar una historia solamente pretende demostrar lo listo que es y las ocurrencias que tiene. Un párrafo, una ocurrencia. Insoportable ¿verdad?, pues ahora se va a poner peor)
Richard en sus primeros devaneos literarios se dedicó a plagiar con la impunidad que solo la adolescencia y la necesidad de los besos de X (En realidad se llamaba Clarita, pero dado su espíritu pusilánime y el poco peso que tendrá en la historia la llamaremos X; sólo por abreviar. Aunque si a alguien incomoda la frialdad del X, no hay ningún problema en llamarla Clarita o Lola). Bueno; decía que Richard quería los besos de Clarita y por eso plagiaba continuamente todo aquello que caía en sus manos y él relacionaba con el amor que sentía por X; es decir, plagiaba todo lo que caía en sus manos.
Primero copió todos los libros que andaban por su casa. No eran muchos y debido a la profesión de su padre sus primeros poemas tenían esta forma.

Clarita eres una rosa
Un clavel, una hortensia, un gladiolo
Una Madreselva, un geranio, un tulipán
Pensamiento u orquídea

Clarita o X no disponía de un delicado paladar literario y no pudo disfrutar de esas aliteraciones sagaces y esas retahílas propias ya de un poeta consagrado. Lo cierto es que X simplemente veía en estos poemas una lista de flores, que si bien le agradaban, rara vez leyó hasta el final.
Aunque Xlarita intentó ocultar su decepción, la sensibilidad hiperdesarrollada de Richard detectó su descontento el día que ella dijo entre dientes: el mismo mojón de siempre.
Un hombre débil de carácter hubiera abandonado la poesía y a X, pero Richard supo reponerse del golpe y comprendió que necesitaba otras fuentes literarias de las que “beber” (aquí se sigue con la metáfora fuentes-beber). Y recurrió a nuevos manantiales (sigo todavía con la metáfora). Acudió a las profundas y calmadas aguas (más de lo mismo) de la biblioteca municipal. La vieja barquera (la bibliotecaria; tal vez ya esté abusando de la hidrometáfora) le indicó el camarote (la última, lo prometo) de los libros de poesía. Nuestro grumete (ésta si venía a cuento) sacó su cuaderno de renglones, cogió un libro al azar del estante “Las flores del mal” y empezó a copiar con su letra redondilla un poema al azar.

He buscado en el amor un sueño de olvido;
pero el amor no es para mí sino un colchón de alfileres,
hecho para dar de beber a esas crueles mujeres.


El efecto de los nuevos poemas en X no fue mucho más alentador. Clarita le preguntó si ella le parecía cruel y él dijo que no, que sólo era un poema, pero ella le volvió a recordar que allí rezaba crueles mujeres. Clarita X no tuvo más remedio que reconocer que le gustaban más los poemas de flores.
Richard perseveró y siguió acudiendo a la biblioteca; si bien dejó de obsequiar a la lerda de Xlarita con sus nuevas creaciones de copistería, pero creaciones al fin y al cabo (El problema de cuánto y cómo debe modificarse un texto para apoderarse moral y legalmente de éste, se trata con profundidad en mi ensayo “Intertextualidad: Los bucaneros de la pluma”).
El desengaño amoroso enterró a Richard en vida en la biblioteca municipal. Sólo leía y copiaba. Copiaba y leía. (Un retruécano oportuno para dar la sensación del paso del tiempo). Leía y copiaba.
Tanto fue su afán que llegó a tener en su habitación una exacta reproducción en cuadernos del estante de poesía de la biblioteca municipal. Al acabar con éste y conocedor ya de que la llegada a Itaca sería su muerte y que sólo el camino tenía sentido (un poquito de mitología chavacana...) comenzó con el estante de novela. Un día mientras copiaba con esmero “La familia de pascual duarte”, orgulloso de llegarse en sólo dos años por la C. Vio como la vieja bibliotecaria iba repasando las estanterías y echando a su carro algunos libros. La vieja (llevaba el pelo recogido y sujeto atrás con un pasador de nácar, siempre llevaba los mismos zapatos brillantes pero viejos, y no usaba lentes, aunque sí las necesitaba..., pero a quien le importa) le explicó que se trataba del expurgo. Los libros que no habían sido prestados en los últimos dos años se retiraban para su posterior venta en un mercadillo el día de Corpus Cristi.
La reacción mental que aquella noticia provocó en Richard fue tempestuosa y violenta, aunque exteriormente la tormenta que arrasaba su cerebro sólo se manifestara con un ¿Ah? que la vieja bibliotecaria seguramente no supo interpretar.
(Antes de “seguir” con la historia es preciso hacer un inciso y descender a los oscuros y peligrosos recovecos del cerebro de Richard; descenso para el cual nos será muy útil la linterna del psicoanálisis.)
Eusebio su padre comerciante de productos perecederos creó en Richard desde su infancia un rechazo a lo pasajero y temporal. La continua visión de Richard de flores muertas “flores del mal” le había provocado un odio hacía todo lo efímero. De hecho sin siquiera él sospecharlo su tarea de copista, no era sino la manifestación de su repulsa por lo pasajero.
Dicho lo cual, es comprensible el silencioso crujido que se escuchó en la comarca cercana a las neuronas responsables de su complejo de brevedad.
La actitud de Richard cambió drásticamente; la nueva ocupación de Richard consistía en ir delante de la vieja bibliotecaria repasando los libros y cogiendo para préstamo aquellos que iban a acabar desahuciados.
Durante dos semanas Richard consiguió con su sacrificio que sólo un libro “La plaga del mejillón cebra” acabara en el carro de los libros desahuciados. El agotamiento empezó a hacer mella en Richard, pues la dureza del trabajo no procedía sólo de arrastrar los libros hasta su casa, sino de no resignarse a la mentira de una devolución sin lectura.
Un día la vieja le pisaba los talones con su carro cerca de una estantería de cuentos. Richard no se iba a rendir sin pelear, pero llevaba muchos días sin dormir. Y vio como unos cuentos de Guy de Maupassant fueron al cesto.
Richard se rompió. (tal vez, crack).
Empezó a llorar histérico y desapareció para siempre debajo una camisa de fuerza y unos tranquilizantes para caballo.
Hoy, la biblioteca lleva su nombre, aunque todos la conocen como la biblioteca Wagner.

Texto agregado el 11-12-2004, y leído por 575 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
09-06-2007 La estructura conceptual de esta narraciòn hubiera sido perfecta si de alguna manera el orden de los elementos quedasen claros. Al margen de la cuidada y generosa prosa, explicada a tramos por el contenido de paréntesis, se deja ver, o al menos se precisa, el nacimiento de un escritor sencillo: Richard. Luego, se expone bien el tema de la sensibilidad encaminada a la poesía, pero ¿no es un contrasentido que este amigo se ocupe de plagiar todo cuanto cae en sus manos, para enamorar a Clara X? Acaso su sensibilidad no tuvo apertura a la creación. Sigo: pero si la intención fuera la hilaridad el humor o la ironía, éste Richard se va ganando la simpatía del lector: más cuando llega a la biblioteca y su mundo de plagiario se encuentra inmerso en un universo (quizá ese deborde lo trastoca demasiado). Me da pena por Clara, que desaparece injustamente de la historia. Los primeros párrafos logran ser lo suficientemente atrayentes para quedar colgado de la historia, sin embargo, los paréntesis van creando un narrador aborrecible. Creo que Eusebio era jardinero y a la vez comerciante, es así?... Curioso tu texto, algo que pocas veces se ve por aquí, pues el lector debe estar muy atento a lo que pasa, a los giros. Yo insisto en que se puede dar una doble interpretación, por un lado la narración disparatada y desordenada, y por el otro una historia diferente, contada con recursos fuera de lo común. Buen esfuerzo, se saluda eso. cvargas
01-07-2005 Hilarante historia que te deja con las ganas de un final más elaborado. ¿Te cansaste de la historia y decidiste liquidarla?. Una verdadera lástima...aunque tú te lo puedes permitir. thelma
17-03-2005 Este cuento es neurótico, hilarante, burlón, casi sarcástico, genial, brillante. En una palabra: Excelente. Estrellas, obviamente. Calamitatum
27-01-2005 Mucho ingenio tiene este cuento, y humor -sobre todo lo de la hidrometáfora-. Quilapan
12-12-2004 Efectivamente, es usted un tio muuuyyy listo, mas que los ratones coloraos. Sin duda ya sabra usted lo satisfactorio que resulta encontrar todos los guiños que ha puesto (no disimules, goloson).Me le imagino con la sonrisa en los labio, sabiendo que destilaba un precioso licor... elcorinto
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