Hay hombres castigadores que con un par de palabras abofetean el rostro de una mujer, hay otros que con un simple poema la conquistan y después la tienen a su merced por el sortilegio aromático de esa concatenación de oraciones, se establecen complicidades, guiños, pactos y ceremonias, leer para creer diría Santo Tomás de Aquino, luchando con un teclado ergonométrico y contemplando abismado en el Google un variado menú de desaciertos. Pero Internet es el mundo paralelo en que se transan ilusiones al son de las palabras, se crean heroicas alianzas y peligrosas conjuras, horribles acechanzas y simples y triviales conversaciones haciendo uso de un verbo light que no conduce a ningún infierno. La sociedad se alinea y se aliena detrás del computador, sueña, mixtifica, sonríe a una cámara web que es la prolongación monstruosa del ojo del interlocutor, globo ocular que no pestañea para captar hasta los más ínfimos detalles del que se expone.

Al ritmo de las palabras, los corazones danzan, sonríen, degustan, se enamoran, las cadencias de las palabras, los puntos suspensivos, el jolgorio de un jajaja que se despliega como una bandera juguetona, las iteraciones y las faltas de ortografía, los barbarismos y los silencios, todo, todo ello contribuye a dibujar en nuestra mente tecnológica, un sumario perfil de aquel que teclea a distancia, nos comprometemos o lo rechazamos, lo seducimos o somos seducidos y al fin de cuenta nos mentimos acá y allá porque en ambos extremos hay un ser profundamente solitario.

Internet, la llave maestra, la invalidez de los sanos y las extremidades de los cuadriplégicos, mundo oscilante que se plaga de imágenes y sensaciones, universo en el que nos introducimos con las llaves virtuales de un inocente apodo, combinación numérica que, según los apocalípticos, abre las puertas para que Belcebú, Satanas y el propio Anticristo, se nos introduzcan impunemente por las narices. Algunos ya están posesos y se estimulan destrozando sueños y acariciando edulcoradas venganzas, acosan y luego esconden los dedos que plagiaron una cruel infamia, mienten y se desternillan de la risa al comprobar que están arrastrando con ellos los cadáveres de quienes sedujeron para luego sepultarlos en su cementerio abyecto en el que yace el genoma de las promesas incumplidas y la radiografía de una culpabilidad sin remiendos, almas en pena de una cultura cibernética que no se conforma con un simple padrenuestro, ya que crea sus propias plegarias formateadas, copiadas y pegadas en la pared falsa de ese mundo virtual, universo rectangular en el que desfila a velocidad inusitada aquella sociedad que alguna vez creímos perfecta…