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Asistí a mi propio velorio y escondido entre las coronas de flores veía a mis deudos; curiosamente mi esposa no estaba entre ellos. Recorrí los pasillos de la vetusta casa y de los muros salieron unas manos que me ahorcaron; desesperado intenté zafarme tratando de romper el abrazo; mis dedos rodearon sus nudillos y reconocí la protuberancia del anillo; el que le regalé, una noche antes de que la sepultara con su amante. |
Texto agregado el 02-07-2003, y leído por 1389 visitantes. (42 votos)
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