Entre los mejores recuerdos que tengo de mi pasado está uno en particular que revivo a veces, es casi una imagen y nada más. Iba de viaje con mi familia en el auto y, al asomarme por la ventanilla, vi un bosque hermoso perdido entre la neblina. Ese recuerdo me hace sentir muy bien, no sé por qué. Otra imagen que no he podido olvidar, y que me inspira, es una pintura. No recuerdo como se llamaba ni el artista que la hizo, sólo recuerdo que se trataba de una mujer. La pintura muestra un fondo azul y blanco, que con imaginación se reconoce como el cielo. De arriba abajo lo atraviesan dos líneas negras, casi paralelas. La artista comenta que es uno de los momentos que más recuerda de su infancia: un viaje en auto y ella en el asiento de atrás, mirando el cielo y los cables a un lado de la carretera a través del cristal. No sé muy bien por qué lo digo, pero me gusta recordar eso de mí.
Hace un tiempo observé una lluvia de estrellas y me gustó mucho. Para una historia que todavía no termino de escribir, me imaginé un momento, estar sentado sobre el tejado del pórtico en la noche, mirando al cielo, y de pronto ver una lluvia de estrellas. La verdad no tengo pórtico y mucho menos tejado, pero me gusta imaginar. Sé que para un momento como ese sería muy bueno estar acompañado. Quizá por un viejo amigo. Y es que una de las cosas más reconfortantes que conozco es la amistad. Siempre que estoy haciendo memoria sobre mi vida me encuentro con que había alguien que me acompañaba.
Todavía no puedo olvidar mi primer día de escuela. Sentía que no podía respirar, no sabía qué hacer. Muy apenas sabía como había llegado a ese lugar. No recuerdo exactamente como es que seguí a la maestra y entré al salón, pero todavía recuerdo que me acomodé en un rincón y no abrí la boca por el resto de la semana.
Mi estrategia de supervivencia en ese mundo nuevo y extraño no tenía mucho futuro, ahora lo sé. Mi madre siempre se molestó conmigo porque nunca fui una persona muy "sociable", como ella decía debía ser todo niño de mi edad. Poco a poco, eso si lo olvidé, fui conociendo gente. Tuve un amigo. Aún tengo presente su rostro en mi memoria. Hablé con él, nos conocimos y nos llevamos muy bien. Estuvimos juntos casi todo el primer año de escuela, pero antes de terminar me dio una noticia: se iba a mudar y a cambiar de escuela. Es curioso como trabaja la mente de los niños, porque en ningún momento se me ocurrió preguntarle a dónde iba ni cómo volvernos a encontrar. Y lo dejé ir, jamás volvimos a vernos. Nunca he vuelto a tener un amigo como él.
Para el siguiente año de escuela las cosas cambiaron poco. Realmente no sabía qué esperar, ¿a esa edad quién lo sabe? Sólo seguí adelante. Afortunadamente conocí a quien por varios años fue mi mejor amigo. Él me llevó a conocer a otros amigos suyos, nos veíamos todos los recreos y siempre hallábamos la manera de pasar un buen rato. Esos años fueron muy alegres y tranquilos para mí, era muy fácil ser feliz entonces. Pero con el tiempo nuestra amistad se fue deteriorando, tuve nuevos amigos y poco a poco fui desplazando al que hasta entonces fuera el preferido. Llegó el día en que nos dejamos de hablar. De los amigos que tuve en esa época, no conservo a ninguno.
Para mi último año de primaria mis padres me cambiaron a otra escuela. Todo volvió a empezar, el no hablar con nadie. En parte yo estaba triste porque no sabía cuan sólo iba a estar en este nuevo lugar. Pero no lo estuve, encontré a dos muy buenos amigos. Lo que más recuerdo de ellos es su sentido del humor y el hecho de que hablamos muchísimo, de cosas de las que nunca había hablado con nadie más. Algunas eran simplemente ideas locas, otras eran sueños e ilusiones y otras más sólo eran anécdotas de nuestras vidas. Pero eso nos ayudó a conocernos bien. También ahí tuve a mis primeras amigas, descubrí que eran diferentes a mí, pero lograban infundirme una alegría diferente, nueva.
Comenzar la secundaria significó otro cambio, pero ya me había hecho a la idea. Ahora estaba inscrito en el colegio que mis padres siempre habían querido, y además había una ventaja: estaba lo suficientemente cerca de mi casa como para ir caminando. Conocí gente, pero no encontré a nadie a quien pudiera llamar un amigo de verdad. De alguna manera me gané la mala fama de ser demasiado retraído, pero nunca me importó. Incluso un profesor me hizo una broma pesada al respecto. Justo en esa época adquirí la costumbre de recorrer distancias a pie. Siempre que podía caminaba de regreso a mi casa, y caminar se fue convirtiendo en un pasatiempo. En ese primer año de secundaria me di cuenta de muchas cosas que dividen a la gente, como las opiniones y la religión; también los prejuicios. Casi al finalizar el año me involucré en un proyecto “científico”, y fui enviado a un concurso estatal. Todavía me sorprende que en ese concurso me topara con mis dos amigos del último año de primaria, cada uno de nosotros había terminado en una secundaria diferente y allí estábamos los tres, unidos por la casualidad. No nos habíamos visto en casi un año, pero nos seguíamos llevando igual de bien. Me propuse no perder su amistad. Había pensado que ese sería mi último colegio, hasta que entrara a la universidad (cosa que entonces se veía muy lejana, imposible de imaginar), pero bueno, lo mismo pensé de mi primera escuela.
Sin embargo hubo un cambio mayor: mi familia y yo nos mudamos a otra ciudad. Comencé a comunicarme por correo con los dos amigos que me había propuesto no perder, pero sólo obtuve respuesta de ellos una vez. Mis cartas eran largas y detalladas, incluso recuerdo haber incluido un plano de mi nueva casa. No tenía sentido seguir escribiendo. Yo pensaba que, estando ahora en una ciudad más chica, sería más sencillo conocer a alguien, tal vez cerca de mi casa. Pero no sucedió, mis principales amistades las hallé en la escuela de nuevo. Tuve un amigo al que por un tiempo consideré el mejor, pero al final resultó no serlo. Prueba de ello es que ninguno de los dos ha hecho el intento de volver a contactar al otro. Y también conocí a alguien a con quien al principio no me llevaba muy bien, pero que es el único con quien he mantenido contacto. Sin darme cuenta nuestra amistad fue creciendo, y aunque no es fácil vernos con frecuencia, siempre cuento con su apoyo y su consejo. Se llama José, y seguimos siendo muy buenos amigos.
Terminé la secundaria y, casi sin quererlo, empecé a pensar en mi futuro. Había comenzado a escribir, muy poco quizá, pero significaba algo para mí. Eso me hizo pensar en buscar mi vocación y prepararme. Decidí estudiar una preparatoria de tres años, en vez de dos, que era lo que se ofrecía en el colegio en donde estudiaba. Para entonces ya estaba acostumbrado a los cambios y realmente no me fue difícil. El primer día en mi nueva preparatoria me hizo plática un muchacho que tenía un sentido del humor peculiar, pero que no se veía muy animado. Nos hicimos buenos amigos. Pero sucedió que, casi tres años después, tuvimos un conflicto muy tonto y dejamos de hablarnos. Eso me a mí me dolió mucho, lo había llegado a estimar bastante. A la fecha no he podido olvidar algunas cosas que él me dijo, como verdades de la vida que me han conmovido lo suficiente para llorar. Otras cosas fueron la muerte de un muchacho de su edad, un vecino, y otra muerte, la de un amigo suyo que fue asesinado en la sierra por un conflicto en el que no tenía ninguna relación. Era una compañía muy grata, su voz me acompañaba en la soledad. Al principio de la preparatoria pasé la mayor parte del tiempo con él, pero también me juntaba con un grupo de cuatro amigos que decidieron hablarme precisamente porque yo parecía algo tímido. Al menos eso es lo que me han contado. Con ellos tuve una amistad más convencional, quiero decir hicimos cosas como salir a pasear, jugar basketball (nunca he sido muy bueno para los deportes, pero lo hacíamos a diario y era divertido) y platicar de nuestras vidas. Al principio me resultó un poco complicado sentirme tan relacionado emocionalmente con ellos como me había sentido con otros amigos, pero finalmente llegó el momento. Aquí encontré a alguien en quien puedo confiar, es el amigo del grupo a quien más frecuento y es la persona que más me ha acompañado en mis caminatas, a veces nocturnas, a veces solitarias. Todavía nos seguimos viendo con frecuencia, creo que seguiremos siendo amigos por toda la vida, aunque ya no estemos tan ligados como antes. Se empieza a notar que unos se alejan de otros. He aprendido que así sucede con los años.
La preparatoria fue una época muy feliz para mí, pero al final no me sentía muy bien. Estaba abrumado por las posibilidades que ofrecía el futuro y a la vez no me sentía muy satisfecho con lo que había logrado hasta entonces. Me deprimí sin motivo, y al entrar a la universidad no tenía intenciones de hacer nuevos amigos. Pensaba que estaba ahí únicamente para estudiar y prepararme para trabajar. Por cierto que elegí una carrera que no tiene nada que ver con las letras, y siento que elegí bien. Afortunadamente los primeros días en la universidad no fueron solitarios, porque justamente en la primera clase de mi primer día de universidad, cuando intentaba hacerme a la idea de cinco años solitarios estudiando, se abrió la puerta del salón y apareció un rostro familiar. Era alguien que había estudiado la preparatoria conmigo, aunque realmente no nos habíamos conocido bien. Fue hasta entonces que empezamos a hablar y nos fuimos haciendo amigos. Fue una casualidad muy afortunada, porque ahora aprecio su amistad de una manera especial. Es una persona que de alguna manera no pertenece al círculo social al que estoy acostumbrado, no encuentro otra manera de decirlo. Para mí eso no significa nada, pero he notado que para algunas personas si hay una diferencia. Es triste. Con él y un amigo suyo, a quien también estimo, he podido hacer cosas que con otras personas no. Con ellos es muy fácil ser sincero, no se toman las cosas a mal. Con ellos empecé a fumar y a beber, pero no porque ellos me influenciaran, sino porque fueron las únicas personas con quienes me sentí lo suficientemente cómodo, mi familia es demasiado dura al respecto y siempre me ha parecido que su actitud no es del todo normal. Creo que estos dos amigos pertenecen a una categoría poco común, no sabría explicarlo, porque ahora no nos vemos muy seguido pero aún así no hace falta, disfruto el tiempo que paso con ellos. Me alegrará el día en que, ya adultos, nos volvamos a ver en una boda o algo semejante. Es curioso que lo haya pensado.
Ya adultos… esa expresión dice algo de mi manera de ver el mundo, porque ya tengo veintiún años y estoy a la mitad de mi carrera universitaria y sigo pensando que no soy un adulto. Siento que mi infancia se pasó sin que me diera cuenta. Mi adolescencia transcurrió sin conflictos, sin rebeldías serias ni nada semejante. Tal vez el único acontecimiento importante haya sido mi distanciamiento con mi padre, es algo muy marcado. Ya no sé con certeza si alguna vez lo quise. No lo odio, simplemente han pasado tantas cosas malas entre nosotros, tanto descuido y tan pocas vivencias en común que es prácticamente un desconocido para mí. Nunca lo extrañaría. Eso es muy triste, me duele mucho y lo lamento. Pero voy a seguir adelante.
Justamente en esta época que vivo ahora creí haber encontrado a mi mejor amigo. Nos conocimos por medio de una tercera persona, y desde el principio nos llevamos bien. Poco a poco comenzamos a entendernos mejor y vernos más tiempo. Varias veces hablamos de cómo nos habíamos sentido en la vida con nuestros amigos, al parecer los dos seguíamos sintiendo un poco de vacío, un “desentendimiento” por parte de los demás. He visto que tenemos muchísimas cosas en común, así que era natural que nuestra relación llegara a ser muy buena. Le he llegado a tener mucha confianza y mucho afecto. Me encanta que tiene un punto de vista inteligente y diferente sobre las cosas, los dos hemos tenido vivencias distintas y eso es bueno. Nuestros criterios también son diferentes, y a veces entramos en conflicto, pero para mi eso no es un problema mayúsculo. Desafortunadamente me he dado cuenta de que la amistad no es una de sus prioridades. No puedo menos que sentirme defraudado porque había puesto una buena parte de mis esperanzas en esta amistad, quería que durara para siempre. Al menos por ahora lo intento, pero el futuro es muy incierto. Espero que sucedan cosas buenas. Con frecuencia tengo la sensación de que él ha sido mi mejor amigo, aunque yo no lo haya sido de él. Pienso seguir adelante.
He crecido, con el tiempo. He conocido a mucha gente y realmente pocas personas han llegado a ocupar un lugar especial en mi vida. Es curioso, porque estoy empezando a conocer realmente a otras personas, gente nueva en mi vida. Sé que puedo encontrar nuevos amigos, en cualquier lugar al que vaya. Hace unos años no me lo hubiera imaginado, y ahora me alegra tanto.
Eso me trae de vuelta a mí, a cómo me siento, a lo que soy. Mi soledad. No me refiero a la soledad como la ausencia de alguien, sino como ser sólo yo. Tal vez sea difícil de explicar, no importa. Una de las preguntas más difíciles de contestar que he encontrado en mi vida es la de “¿quién eres?”, hay tantas respuestas y puede ser que ninguna sea la correcta. Cuando tienes una familia, una vida, a alguien a tu lado, es fácil contestar que eres padre, madre o hermano, un estudiante, un ingeniero. Que eres la persona que hace o hizo tal o cual cosa. Pero en los momentos de soledad también eres tú. En las ocasiones en que he caminado a la orilla de un lago, entre las piedras, sigo siendo yo, en mi interior, y nadie más. No importa quién me haya acompañado, siento que soy yo y nadie más quien vive ese momento, quien se siente como me siento. Una parte clave en la vida es compartir, no vivir todos los momentos en soledad. Eso tiene que ver con mi concepto de identidad, porque una de las respuestas mas adecuadas que he encontrado a la pregunta de quien eres es la de “soy una parte de ti”. Porque de ahí viene la confianza, la felicidad. Es una de las pocas respuestas que tiene significado y que vale la pena, todo lo demás tiene muy poca importancia a largo plazo. Para mi la identidad se va formando a lo largo de la vida, y voy dejando pedacitos de mí en cada persona que conozco, una pequeña parte de mi vida.
Me gusta escribir, me gusta leer. Acostumbro caminar, ver el cielo, la luna y pensar cuando estoy solo. Todo eso es parte de mi vida. Mis amigos también lo son, una parte muy importante. Con ellos he aprendido las lecciones más valiosas, como que no se necesita que todo sea bueno para ser feliz. Mis amigos son como peldaños, como ladrillos. Un apoyo y, a la vez, lo que me forma. Ése soy yo. Sé que ni las letras ni mis pies se irán de mi vida mientras yo no permita que eso pase. Lo mismo sucede con la amistad. Es algo que vive en ti, como los recuerdos.
Una de las cosas que más me gustan de la gente es la serenidad, el estar tranquilo a pesar de las circunstancias a las que se enfrentan. Que alguien tenga seguridad, fe. Lo mejor que conozco para brindar serenidad son los buenos recuerdos.
Recuerdo las piedras sueltas junto al lago, el trabajo que cuesta caminar sobre ellas sin arriesgar los tobillos. En mis caminatas me he encontrado mucho con ese tipo de caminos, y he aprendido a superarlos. He notado que no todo mundo sabe andar en ellos, no saben que el secreto es dejar los tobillos flojos, que los pies giren libres según el suelo. Tal vez haya que intentarlo para entenderlo bien. A mi me alegra saberlo, me alegra mucho ser lo que soy. Cada día me gusta un poco más. Creo que en realidad eso es crecer, y no pienso dejar de hacerlo nunca.
Tiene un tiempo que no me siento a platicar a fondo con José. Lo veo a veces, muy brevemente, y nos contamos en resumen lo que ha sido de nuestras vidas. Siempre me dice que no me vaya. Creo que él es mi mejor amigo. De alguna manera es un motivo para seguir adelante. Y creo que eso es lo que sé hacer mejor.
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