Peirano Elquedirán se trasladó con su familia a su nueva casa y de inmediato mandó a confeccionar multitud de volantes para ser distribuidos en el vecindario en donde explicaba que era legítimamente casado, que le constaba que su esposa le había sido fiel toda su vida, que los tres hijos eran de ambos, corroborado esto por los respectivos certificados de ADN que estaban a disposición de todos quienes quisieran cerciorarse de ello. Además adjuntaba copia de certificados médicos que atestiguaban la virginidad de sus dos hijas y que quien tuviese dudas, podía acercarse personalmente a hablar con la familia.
Establecido en su nuevo hogar, Peirano impuso un estricto horario de salidas y llegadas. Nadie debía abandonar la casa sin que fuese perfectamente individualizado por los vecinos. Si alguno de ellos no distinguía a quienes salían, estaba facultado para ordenar repetir la salida tantas veces como quisiera. Así, se daba el caso que, algunos vecinos, con el puro fin de embromarlos, los hacía, salir y regresar tantas veces como les aguantase el paladar por tanta risa destemplada y malamente sofocada.
Peirano Elquedirán sufrió la vergüenza de su vida cuando cierta tarde en que él no se encontraba en su casa, apareció el hermano de su esposa y entusiasmados con la conversación, no se percataron que muy pronto se hizo de noche. Como el muchacho no conocía el camino de regreso, ella lo acompañó un corto tramo, siendo ambos vistos por algunos vecinos maliciosos que no se molestaron en ordenarles identificarse sino que, lisa y llanamente, les tomaron sendas fotografías que días después fueron a parar al escritorio de Elquedirán.
-¿Qué significa esto?- gritaba al borde del colapso, Peirano, mientras se mesaba sus cabellos ante tanta desvergüenza
La mujer, inocente de todo acto de infidelidad, sólo negaba con su cabeza al mismo tiempo que de sus ojos comenzaban a rodar dos perlas de miedo. Peirano, agarrándola de sus ropas, la arrastró fuera de la vivienda y a revolcones, patadas y empujones la llevó a la pequeña multicancha en donde la arrojó como si fuese una perra. Acto seguido, le dijo a la multitud -que necesitó muy poco tiempo para aglomerarse- que dispusieran de ella.
-¡Lapidación, lapidación!- gritaron todos como si hubiesen estado concertados y al instante aparecieron en las manos frenéticas, trozos de madera, botellas, juguetes, mamaderas y frutas de la estación. La lluvia de artefactos varios dejó a la mujer con contusiones diversas, por lo que fue trasladada más tarde por los mismos vecinos, al servicio hospitalario más cercano. Peirano fue apresado por violencia intrafamiliar, la mujer le pidió el divorcio, causa que aún está en proceso y los vecinos, con todo lo acontecido, tienen tema para largo rato y hasta es muy probable que esto se transforme en poco tiempo en una nueva leyenda urbana…
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