Como cada jueves, aquí estoy, en el centro del pasillo en mitad de la noche. Ando casi vestida. A medio despertar, sostengo entre mis manos un vaso de agua medio lleno. No caerá. Si doy un paso hacia delante, estaré más cerca del calor de las sábanas, protegida por tus brazos y por tus dulces sueños. Si doy un paso hacia atrás, me acercaré a la puerta del jardín, y estaré tentada a deambular por la noche fría y sus caminos oscuros. Cuarto creciente.

Jueves. Aquí estoy, en el centro del pasillo en mitad de la noche. Ando casi desnuda. A medio dormir, sostengo entre mis manos un vaso de agua medio vacío, que tiembla. Si doy un paso hacia el norte, me alejaré aún más del calor de las sábanas, de tu abrazo y de tus sueños. Si doy un paso hacia el sur, se hará más débil la llamada de la noche, de sus caminos invisibles, de la oscuridad que todo lo envuelve. La puerta del jardín. Cuarto menguante.

Centro del pasillo. Mitad de la noche. Aquí estoy. Jueves. Mi ropa está hecha jirones, y yo ando en ese estado semionírico: unos segundos o unas horas sueño que estoy en el centro del pasillo, otros me sorprendo ahí, inmóvil. Bebo de mis manos una mezcla de sudor y agua que no he sabido hacer caber en un vaso. Estoy en el centro de mí misma. Cualquier paso hacia ninguna parte me alejará de ese medio-mediocre, y me pondrá en órbita sobre tus sábanas, sobre los sueños que nunca recuerdas. Un paso hacia cualquier otra parte me dejará rondando en la noche, sin capacidad de distinguir los caminos, suspendida en la oscuridad. Luna llena o luna nueva. Hacia ninguna parte.