Su cuello estilizado, ofrenda de mieles púrpurinas
para estos dientes ávidos que son perlas desgarradoras,
dagas forjadas al conjuro del inicio de los tiempos
mucho antes que la sangre estableciera la senda maldita
en la que los pies espurios hollan la tierra, en su rito
interminable de relumbrantes auras y aciagos ocasos.
Acto de amor, coloquio de fluidos en armoniosa música
aullidos sempiternos de lobos solitarios, incendio
de almas en el fondo de los sepulcros, piel suave
que, cual terciopelo, se afana en parecer oferente
a los placeres los cuales le arrebato en sorbos
extáticos y minuciosos, gorgoteos de vida y reflujos de muerte.
Paseos de medianoche cobijados en telones sin estrellas
sinfonía de violines desgarrando el carmesí de una velada mustia
invitación a transitar entre trasnochados espectros que espantan
a los grillos, quienes enmudecen mientras las gigantescas arañas huyen despavoridas
a tejer redes negras en los palacios abandonados,
la iglesia espera para unirnos en cuerpo y espíritu
edificio herrumbroso en cuyo púlpito destruido
predica el fantasma del sacerdote que se quedó anclado en la oquedad
mientras rescataba almas para el infierno.
Noche de adioses y de resuellos, carne estremecida, encías al viento
penetro la piel marmórea y me deleito con sus néctares frutosos
tumultuosos ríos que vigorizan mi estirpe atemporal, renazco
y en embestida feroz la poseo una y mil veces hasta transformarla en
un maniquí de carne trémula que me sonríe desde su espanto.
Las nupcias tejidas en esta noche de augurios, anteceden al renacer
de los albores con su comunión de túmulos y cruces, yerta mueca
que a la noche siguiente es una sonrisa fría, tremolar de dientes y colmillos
maridaje con las sombras, despertar a la alborada prístina de una
interminable eternidad para conciliar festines de sangre y corazones mudos…
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