Cuatro hombres discutían alrededor de una fuente cuál debía de ser el orden en el que abrevasen sus animales. Todos habían llegado a la par, y ninguno juzgaba su derecho menor que el de los demás. Uno de ellos alzó la voz:
- Caballeros, mis caballos deben ser los primeros en beber, y les daré una razón tan sencilla, que no tendrán más remedio que callarse la boca y reconocer mi prioridad. Yo soy maestro, y es de todos sabido que esa es, sin ninguna duda, la profesión mas importante, y por tanto, de mas merecido reconocimiento. Un maestro trabaja hoy para formar el mañana. Moldea la pasta de la que están hechos los hoy pazguatos para convertirlos en próceres mañana. Sienta los cimientos de todo lo que en el futuro serán los presentes. En sus manos está el porvenir, no solo de un hombre, sino de toda la especie en conjunto, pues al igual que una onda en el agua crea y expande ondas por todo el estanque, así los conceptos inculcados en un niño, se difundirán y multiplicaran exponencialmente en los hijos de ese hombre, y en los hijos de esos hijos, haciendo que lo que se enseñe hoy, perdure hasta el infinito. El maestro es el artífice del cambio, de la revolución, de la marcha de las ideas. El maestro forma a los formadores, y estos a su vez formaran a los formadores de aquellos que serán, alguna vez, seguidos y admirados por el mundo entero. Justo es, entonces, que yo, al ser representante de tan importante gremio, disfrute de la gratitud por todos debida, y puedan mis caballos abrevar primero de todas las demás bestias aquí presentes, entre las cuales les incluyo.
Callaron todos por un momento, más enseguida el segundo, alzando la voz a su vez, habló desta forma:
- Bien dijo el señor maestro, que la suya es profesión digna de todo reconocimiento y afecto. Mas si a usted se le deben grandes honores, cuales no debían de dárseme a mi en virtud de mi profesión, que en cuanto se la diga a ustedes, convendrán conmigo en que, no solo no le va a la zaga, sino que con mucho la rebasa. Y es que el mío no es otro oficio que el de enterrador. Enterrador es aquel que, con labor constante y sudor pleno, devuelve a la naturaleza lo que la naturaleza nos dio. Enterradores a todos nos igualan, con su higiénica labor. Tapamos los errores y los defectos con metro y medio de tierra. Enterramos las rencillas, sepultamos insignes y plebeyos, y nos llevamos las flores que nos gustan a nuestras casas. Antes de los enterradores era el caos. El enterrador es la Logística, con mayúsculas, es el orden que rige el universo. El grado de madurez de una sociedad se mide por el número y el nivel de capacitación y especialización de sus enterradores, que trabajan para personas que nunca se lo agradecerán, pero que se encuentran desvalidas, caballeros, porque no hay nadie mas desvalido que el que esta muerto. El muerto es, de entre todos los seres humanos, el mas indefenso. El muerto no puede hacer nada por si mismo. ¿Y que hacen los enterradores?. ¿Se aprovechan de ello?. No, se apiadan. Le fabrican un agujero, y lo meten dentro. Cuando todos se alejan y abandonan al muerto, el enterrador se queda a su lado, permanece, acompaña, sepulta. Demos gracias, caballeros, cada día a Dios todopoderoso por tener enterradores, y dejemos que mis mulas beban primero desta agua.
El silencio siguió de nuevo el fin de la perorata del segundo, mas poco duró, porque ya el tercero tomaba aire para decir:
- Cuanta razón tienen vuesas mercedes, con que bellas palabras se expresan, con que aliento tan fresco las emiten, mas que equivocados andan, puñeteros. Reconozco los meritos expuestos, mas empequeñecen con aquellos que nos adornan a mi y a los míos. Podría decir que, por causas que aun no se han determinado, pues se discute si es genética, o es por culpa del ambiente, mis tendencias y gustos en materia sexual andan opuestas a las de la mayoría de los de mi genero. Podría decir que voy contra los designios de la especie, al preferir a los de mi sexo antes que a los de mi opuesto. Podría decir todas esas cosas, pero no las digo. Simplificando, dire que soy mas maricón que un palomo cojo, y que ando siempre mas salido que el pico de una mesa redonda. Sin embargo, si lo vislumbran desde una perspectiva mas filosófica, soy justo el contrapunto necesario para el buen devenir de una ética conservadora. Somos necesarios, para crear bandos. Sin nosotros a un lado, no podrían “los otros” ponerse en el lado contrario. Somos el argumento de los curas, la justificación del pecado. Si no nos tuvieran a nosotros, su lógica caería por su peso, porque no hay enemigo contra el que enfrentarse, ni contra el que diferenciarse. Nos necesitáis para odiarnos, y nosotros lo soportamos. Por eso, mis lindos ponis beberán primero, ¿vale?.
Calló el tercero, y ya el último se apresuraba a replicar.
- Antes de nada, y viendo la elocuencia y la maestría con la que hablan vuesas mercedes, debo pedir perdón. No soy yo orador de primorosas formas. Mi verbo no es fluido ni grácil; antes mas, evoluciona lento y pesado como carros de arena tirados por bueyes cansados, viejos y tullidos. Las palabras se marchitan en mis labios, mueren antes de nacer. Se pierden entre los recodos de un cerebro, el mío, no cultivado, pues no fui a la escuela ni se me enseñó el arte clásico. Mi expresión es torpe, mi hablar, quedo, mis palabras, tordas. Mas la naturaleza, quizá por compensar, dotome de otras cualidades con las que pretendo convencerles. Y es que yo, aunque bueno y honrado, soy hombre que gusta de hacer volar las bofetadas. Con tanto brío reparto hostias, y con tan buen tino, que en muchas ocasiones, los propios hostiados no pueden reprimir sus aplausos. Pego, golpeo y machaco. Atizo, sacudo y muerdo. Zurro y castigo. Piso y vulnero. Pateo, estrujo, reviento, pellizco, fostio y esparzo. Reparto con ambas manos, igual al hombre que a la mujer. Con esto les quiero decir a vuesas mercedes, que, o mis cabras beben primero, o les arranco la cabeza.
Dicho esto, volvieron los cuatro a discutir, cada cual con sus argumentos. En eso pasó por allí un anciano. Su barba era blanca y larga, vestía harapos, y estaba en los huesos, el hijoputa.
El anciano se les quedó mirando un rato, y dijo por fin:
- Dejen de discutir, amigos, y escúchenme. He viajado mucho, por todo el mundo, y he visto muchas, muchas cosas. Les contaré una historia, y después, decidan ustedes
Los cuatro dejaron de discutir y se sentaron en el suelo. El viejo comenzó a hablar:
- Érase una vez un topo, que se llamaba Alfredo y vivía bajo las raíces de un árbol. Era un topo muy especial, porque coleccionaba buenos momentos. Los tenia todos guardaditos en frascos, en el armario debajo de la escalera. Ponía a cada frasco una etiqueta, donde apuntaba cada momento, la fecha, y una palabra que le sugería cada uno de ellos. Pensareis que tendría millones y millones de frascos, ¿verdad?, pero sin embargo no era así. Tan solo tenia cinco frascos, correspondientes a los únicos cinco momentos felices que había tenido Alfredo. Recordad que Alfredo era un topo, y que la vida de los topos no es una vida fácil. El primero de los frascos contenía el momento en que conoció a su primer amor, y en la etiqueta estaba la palabra “belleza”.
El viejo dejó de hablar. Ninguno de los cuatro le estaba haciendo el mas minimo caso, porque, mientras estaba sentado, un escorpión había picado al fostiador en una nalga, y este daba saltos de dolor mientras los otros intentaban hacer algo útil. El profesor intentaba explicarle que no era mortal, el enterrador cavaba un agujero, y el sodomita le intentaba bajar los pantalones.
Asinque el viejo pescó el dos y se largó, maldiciendo los que hablan y no escuchan
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