El enano que permanece triste en mi interior a duras penas alcanza el metro, viste un chaleco de cuero negro sobre una camisa de color verde puro sin cuello y se abriga con dos largas mangas hasta las muñecas de espesa y gruesa lana blanca. Lleva un colgante en forma de media luna y usa unos holgados pantalones de cuero suave de color almendra claro. Calza zapatos algo más oscuros, marrones, amplios y terminan también en forma de media luna como si hubiesen de llevar atados dos de esos cascabeles que todos hemos visto colgando del cuello del más curioso gato. Cubre su cabeza con un gorro que termina al igual que los zapatos en punta.
De patillas gruesas y espesas y blanquecinas, pues el paso de los años hace mella en su rostro, como lo hace en su blanquecino tono de piel, que no permitiría ni un solo de los rayos solares que pudiese filtrarse en ella. No acierto a distinguir su cara, pero no parece reflejar ninguna expresión de emotividad o alegría, tan solo permanece de pié cabizbajo en medio de un hueco y desolado vacío.
Su simple visión me entristece, me llena de angustia, pero ahora también me tranquiliza, pues me ha servido sin duda para comprender mi estancia, mi existencia.
Ya no soy más que el reflejo de un sentimiento, de un pensamiento, y dudo que el enano esté merodeando en mi mente sin motivo alguno. De algo está hecho, a alguien espera, o quizás se enfrenta a la más terrible soledad. De este modo el enano es el más fiel reflejo de la asquerosa y deprimente angustia que va pudriendo día a día mi tortuosa mente de hombre suicida.
Sea como sea el enano se afianza en mi interior desnutrido, ennegrece mis tripas y cierra el que quizás sea el más amargo y frío capítulo de la roca de Dios. Ya no podré volver a ver la luz del sol.

-Desde el más hueco final, que el nuevo comienzo será desconocido por los hombres de Dios.