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Como cada fin de año, los encargados de áreas debíamos presentar un extenso informe, con su respectivo análisis, de las actividades realizadas dentro de la dependencia. Era una verdadera molestia, pues debíamos elaborarlo a deshoras de trabajo, y la rapidez con que se realizaba dependía del colaborador que se te asignaba; bueno, pienso que así ocurre en cualquier ocupación.
Aquella vez me tocó alguien que debía ser nuevo, pues nunca lo había visto en la secretaría; se trataba de un tal Omar.
Las sesiones de trabajo comenzaron, las cuales terminaban por lo general hasta la una de la mañana. Los primeros días Omar llegaba puntual, pero el gusto me duró muy poco, pues empezó a llegar cada vez más y más tarde. Fue hasta después de una semana que comencé a notar cosas extrañas en él.
Me di cuenta de que mi compañero de trabajo lucía de una forma diferente en cada reunión. Aunque he pensado, tiempo después, que más bien lo diferente era su comportamiento, su forma de actuar. Algunas veces Omar era diestro y otras zurdo; unas era un fumador y otras detestaba el cigarro; a veces actuaba con gran agilidad, y otras se movía como un adusto viejo.
Germinó en mí cierta consternación un tanto despreocupada, no quería darle mucha importancia para no distraerme de mi encomienda con la Secretaría. Sin embargo, un día sucedió el colmo: un jueves, Omar llegó tarde, llamó a la puerta y antes de abrir observé por la mirilla, encontré a mi colaborador de pie frente a la puerta, no sabía si se trataba de mi cansancio o del lente angular de la mirilla pero parecía ser otra persona, sabía que se trataba de él, pero lo cierto es que era totalmente diferente. Hacía unas muecas extrañas que nunca había visto, no eran de ningún modo grotescas u horrorosas, pero lo hacían lucir distinto; eso era suficiente para que un escalofrío atravesara todo mi cuerpo.
En ese momento decidí confrontarlo y sin ninguna sutilidad le pregunté de qué se trataba, a qué se debía su constante retardo y sus repentinos cambios. En seguida se tornó serio, sus ojos se clavaron en los míos como si buscaran algo en ellos. Me explicó que él era un ángel, y que había venido para ayudarme a mejorar mi vida, textualmente me dijo: quiero que tú seas la representación física del ideal de todos los sabios y profetas que ha dado la tierra desde el inicio de los tiempos.
No sabía que decir, si reír o ignorarlo, sus enormes y fijos ojos me hicieron titubear y le dije: a ver, vayamos por partes, ¿cómo que eres un ángel?, ¿A qué clase de ángel te refieres: a un querubín, arcángel, serafín? Y en segundo lugar, ¿Qué es todo ese montón de pavadas que estás diciendo?
Mi compañero no podía o no quería aclarar mis dudas. Me pidió que no me escandalizara con tales aseveraciones, que era algo que no esperaba yo asimilaría a la primera, pero que si lo dejaba concretar su plan, yo entendería eso y mucho más, todas las cosas que existen o pueden existir sobre la tierra; incluso las del universo, pues tendría todo el conocimiento.
Me negué a cooperar hasta que me dijera la verdad, si es que no se trataba de una tomadura de pelo. Ese día no quiso hablar más y me pidió que nos abocáramos al informe. Cosa que me llenó de gratitud.
En el transcurso de los siguientes días continuaba llegando cada vez más tarde, hasta llegar después de la media noche; así que nuevamente lo encaré y volví a cuestionarlo de su retardo. De inmediato puso la mirada inquisitiva y fulgurante de la otra vez y retomó la plática anterior. Me confesó que me había mentido, que en realidad él era un demonio servidor de Leviatán, dueño de la oscuridad, pero que sus intenciones eran verdaderas: deseaba que yo fuera un hombre modelo para el mundo y que él tenía la capacidad de hacerlo.
–Bueno, ¿y por qué un demonio desearía hacer el bien, no se supone que deberían hacer mal? –Le pregunté con dejo de fastidio y le pedí que nos pusiéramos a trabajar.
Pero él me contestó que no le importaba si hacía bien o mal, que solamente era un rebelde y como tal, siempre le ha gustado revelarse contra las reglas, y que en el infierno también las habían y que las rompería.
–¿Y no serías castigado por eso?
Me respondió que por ser rebelde su castigo podría ser que lo desterrarían del infierno y que seguramente lo mandarían al cielo por su conducta subversiva; como sucedió antes con algunos ángeles rebeldes, sólo que a la inversa: estos fueron enviados al infierno.
–Pero eso no me importa –sentenció con sus grandes ojos fijos en los míos.
–Pues bien, lo que te debería importar es que ya mero tenemos que entregar el informe –le dije para dejar la filosofía a un lado y ponernos a trabajar.
Esta escena y el tema de conversación se repitieron varias noches más. Pero hubo una en la que no quería hablar ni decir palabra. La noche siguiente me dijo que no quiso hacerlo porque había decidido no hablar más conmigo si yo no aprendía latín culto, que era la lengua que siempre debía utilizar; pero que lo pensó muy bien, y recordó que también esa regla la había querido romper sin resentimiento.
Los días pasaban y se acercaba el momento de entregar el reporte, así que me olvidé de ese asunto y me dediqué a trabajar con ímpetu y con la esperanza de terminar a tiempo, con o sin la ayuda de Omar.
Finalmente entregué el informe y mi jefe me felicitó por ello, me preguntó que si me había sido de gran ayuda Omar; le dije sin ninguna perturbación que el trabajo lo había hecho prácticamente yo solo. A los pocos días me enteré que Omar había sido despedido. La última vez que supe de él, estaba trabajando de vendedor en una tienda del centro de la ciudad. Cuando lo vi, hablaba muy seriamente con un compañero suyo, tenía la mirada y los ojos inquisitivos que utilizaba cuando platicaba conmigo.

Texto agregado el 08-12-2004, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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