El Hombre muerto
Su escritorio estaba tal cual: un terrible desorden de papeles, la computadora tendía sus cables hacia la pared, nutriéndose de su energía vital, como los tentáculos de una ameba; la taza de café humeaba cadenciosamente su vapor... ¿Qué era entonces lo que le llamaba tanto la atención? Era él el que estaba sentado en su sillón de ejecutivo... pero entonces... ¡¿Cómo podía verse?!. Ah, es un sueño, claro... sólo un sueño, su teléfono sonaba desesperadamente, intentó atenderlo y el viejo (su doble) del sillón no se movió..., y “él” no pudo tomar el tubo: ¡Su mano pasó de largo a través del aparato!.
Cuando entró su secretaria y pegó el grito, y cuando corriendo fue a sacudir al inerte cuerpo del viejo del sillón, llorando y abrazándolo; cayó en la cuenta de que... había muerto.
No le hizo falta ver cómo llevaban a su cuerpo en una camilla para convencerse de que este mundo había terminado para él... ¿Había terminado? ¿Así de sencillo? "¿Y ahora qué hago?"... "¿Qué hago?", lloró... o algo así.
La oficina se fue oscureciendo poco a poco, y cuando todo se volvió negro, un cono de luz se proyectó desde el techo envolviéndolo, el vértice del cono era como un poderoso foco justo arriba de su cabeza, y su luz le hacía bien, lo calmaba y lo invitaba, sin palabras, a "subir". Aceptó, no tenía nada que perder... y no tenía absolutamente nada que hacer; además, conocería, de una vez por todas LA VERDAD. Esta última idea le dio la fuerza necesaria para impulsarse por aquel rayo de luz. Saltó, y a partir de ese momento, se deslizó como por un tubo.
La sensación era agradable, pero sentía que el frío escozor del miedo intentaba dominarlo. Escuchaba música, cada vez más clara, más hermosa. Sus ojos ¿miraban? fijamente al luminoso extremo del “tubo” por el cual viajaba. Sí... estaba seguro de que viajaba, porque el círculo de luz se agrandaba cada vez más.
No supo bien cómo “aterrizó” en esa verde y serena pradera, la hierba era tierna, todo estaba inundado por una luminiscencia dorada que, a pesar de su intensidad, no hería en absoluto a la vista, sólo un punto diminuto sobresalía de la llana perfección del horizonte, y el punto se agrandaba gradualmente, serenamente.
Luego de cierto tiempo, el punto dejo de serlo, ahora era una forma alargada que se sacudía suave y rítmicamente era... era... ¡Sí!, ¡Una silueta humana!. Venía caminando hacia él, sin lugar a dudas —"Yo lo espero y que sea lo que Dios quiera"— se dijo... y todo parecía indicar que efectivamente así sería. Inexplicablemente... no sentía temor.
Y aquel hombre ataviado de etérea túnica le tendió la mano. El le preguntó lo que cualquiera hubiese preguntado: ¿Dios?...
El hombre de la túnica no se sorprendió en absoluto por la pregunta
—No, no, de ninguna manera, yo soy sólo una entidad, mi misión es guiarte en esta etapa, en este lugar, para que rápidamente encuentres el nuevo ente en el cual puedas evolucionar, así de esa forma podemos asegurarnos que continúes tu espirado viaje de regreso hacia la mente central...".
—¿Có... cómo?...— La entidad repitió pacientemente su explicación y él preguntó una vez más lo que cualquiera hubiese preguntado: la mente central... ¿Dios?...
—Algo así, ¿Es que realmente te imaginabas que existiría ese viejo canoso de barba, dando órdenes y vigilando el destino de cada “alma” o como le llamen ustedes?... No seas ridículo... la mente central es energía pura, energía inteligente...
—Ss... sin embargo, a usted lo veo bastante parecido a lo que me imaginaba como un... “ángel”...
—Es que todo este paisaje, en este lugar, a todos se les presenta tal cual lo imaginaron siempre, pero realmente no es lo que aparenta ser, se te presenta así, para que lo puedas entender más fácil... y evitar todas las preguntas que hagas sobre lo que no puedas comprender... ¿Está claro?
—Muy bien, a ver ...¿Qué es todo esto?... ¿Quién soy ahora?...
—Esta es la etapa en la que se decidirá el destino de tu ser, en la nueva vida que te espera. Y con respecto a lo que sos ahora... bien... sos parte... una parte.
—Pero... ¿de qué?
—Pues de la mente central, hombre... creí que comprendías, ¡Catecismo básico!, “Todos son hijos de Dios”... Bueno... es una idea algo distorsionada, pero romántica. Te acepto una sola pregunta más y ¡a trabajar!, no puedo perder más tiempo, vos sabés... allá se están muriendo al por mayor y tengo que atenderlos a todos, en cualquier momento empiezan a apurarme de “central”. No te podés quejar, acabo de decirte quién sos y en toda tu “vida” lo ignoraste. Una sola pregunta más, ¡vamos!, así que... ¡pensala bien!
—El sentido de la vida... ¿Cuál es la razón de la existencia?, Nacemos, luchamos, amamos, sufrimos y gozamos, ¡¿Para qué todo esto?!, regamos la tierra sobre la que andamos con sangre, con lágrimas, sudor y excrementos, llenamos el aire con nuestros alientos, el éter con nuestras palabras...
El anfitrión cortó con un ademán la desesperada súplica del hombre "muerto", y le dijo:
—Ya, ya... sé cuál es tu duda, y vos mismo, te estás contestando.
—¡¿...?!
—Como te dije, vos sos parte de la mente central. Bien, ahora ¿qué parte creés que sos?, vos y todos los seres vivientes... ¡son algo así como los sentidos de la mente central!
—¿Lo... los ojos?
—Bueno, podría decirse que tus ojos forman parte de sus trillones de ojos, ¿te vas dando cuenta? La función que cumplen los seres vivos es sentir, vivir experiencias y emociones para cultivar y desarrollar a la mente central. Son (te doy un ejemplo aproximado) como las papilas gustativas de la lengua, las células destinadas a captar los diferentes “sabores” de la vida, hay algunas destinadas al dulce, otras al agrio, al amargo... Cada vida, de cada ser, acumula TODA su experiencia para la mente central, la deja AQUI cuando “muere” y se va a emprender una nueva vida desde otro ser hasta que vuelve con un nuevo cúmulo de experiencias, y así sucesivamente... Son tentáculos, ojos, oídos, lenguas; para ser más precisos: mentes que son extensiones de la mente central... ¡¿Captaste?!
—Algo... pero entonces, ¡¿Cuál es el origen y el sentido de la existencia de la famosa mente central?!
—No lo sabe... por eso "explora" cósmicamente a través de todos los seres vivientes.
—¡Noooo... !... ¡No puede ser!. No
—“Síííííí”, y ahora ya nos ponemos a trabajar, porque se hace tarde, total todo esto lo vas a olvidar cuando comiences la nueva vida, y antes que me preguntes por qué, te digo que esta amnesia entre una vida y otra es muy necesaria para que no te suicides ante la menor dificultad (sabiendo que vas a reencarnar) y entres a cambiar de vida fácilmente como si se tratara de un traje... Imaginate, no experimentarías los “sabores” agrios como el temor, o amargos como la desdicha, o salados como el heroísmo, todo sería empalagosamente “dulce”. La tragedia, la injusticia y la maldad deben existir para poder vivir experiencias como la abnegación, el temple, el arrojo... y la misericordia. Llantos, risas, suspiros, jadeos y alaridos, componen la melodía de la vida y cada ser es un músico en la descomunal y maravillosa sinfonía del Universo... Y ahora... ¡A trabajar!
Luego, el anfitrión señaló el horizonte, le explicó que debía imaginarse una pantalla en la que se proyectarían vertiginosamente las secuencias de toda su vida anterior, pudiendo detenerlas o “bajar la velocidad” en los momentos en que quisiera analizarlas y reflexionar, para ir elaborando las experiencias que le gustaría vivir en su nuevo destino, a su entero gusto. La función comenzó.
La primera docena de años pasó rápidamente, con pequeños conflictos demasiado superados como para detenerse allí, luego comenzaron los problemas: Los estímulos de la sociedad, favorecidos por la pubertad de sus instintos, comenzaron a hacer mella en su tierna personalidad. La ambición y el deseo, disfrazados de espíritu de progreso y natural virilidad, comenzaron a adueñarse lenta pero fácilmente de su vida, paulatina e irreversiblemente, pero eternamente en conflicto con las hipócritas costumbres de la deshonorable civilización en la que, como pudo comprobar más tarde, prácticamente había desperdiciado su vida.
Las mujeres le habían generado originalmente un profundo sentimiento de adoración y respeto, que se fue desvirtuando con sus primeras incursiones en el amor y el sexo, para luego recuperar algo de ese sentir hacia el final de su vida. Por otra parte, la sociedad se debatía contradictoriamente entre una falsa moral en la que el sexo libre era mal visto, mientras que el individuo era provocado continua y mentalmente con un bombardeo de estímulos que hacía temblar hasta al más beato. Tetas y culos para poder venderle productos, desde golosinas hasta autos y computadoras, sexo para entretener, para vestir, para comer; una sociedad monógama y casta en su disfraz, pero donde todos querían, prácticamente, acostarse con todos, y en la que el honor, lamentablemente pasaba por inhibirse: “...con ésa no, que es la esposa de mi amigo; con ésa tampoco que es la hermana de mi socio, ¿la amiga de mi hija? ¡¿pero qué clase de degenerado soy?!... Con mi secretaria no, no quiero líos ...estoy casado, cómo voy a traicionar a mi mujer, realmente no se lo merece, si ella me lo hace, ¡la mato!...”, y así con docenas de mujeres, cientos de orgasmos, millones de besos que no pudieron existir jamás entre quienes se habían querido de verdad, entre quienes interiormente habían sobrepasado hermosamente los limites de la amistad, reculando, disimulando, ahogando los sentimientos más bellos en la helada ducha de la razón, contemplando estoicamente cómo aquellas mujeres se terminaban acostando con cualquiera por mera diversión, o escuchando con resignación cómo naufragaban sus matrimonios por la pesada carga del hastío. ¡Cuántas cosas bellas no pudieron ser, ni más ni menos que por una cuestión de honor!.
El hombre “muerto” rebobinó una y otra vez aquella parte de su vida, preguntándose si realmente debía ser así, entonces detuvo la imagen y se dirigió al anfitrión:
—“¿Sería posible una sociedad de sexo natural, libre y franco pero que a su vez no "duela", es decir, sin ese sentimiento de posesión por los seres amados que tanto nos hace sufrir cuando nos toca perderlos, compartirlos o abandonarles?”
El anfitrión, parodiando a un clásico genio de mágica lámpara, contestó cruzado de brazos:
—"Si así lo deseas... así será".
El hombre muerto, comenzó a analizar los momentos de su vida en las que la ambición por el dinero había jugado un importante rol, y se dio cuenta que eran demasiados... y lo peor de todo: que no valían en absoluto la pena. Aquí se producía, al igual que con el sexo, el mismo fenómeno de estímulo social mediante la provocación, la lucha por ganar dinero estaba exacerbada, al punto de que había dejado de ser un medio, para convertirse en un mediocre y dominante fin. ¡Cuánto tiempo y salud devorados por el salvaje monstruo del ego! ¡Cuántos amigos de verdad había perdido y cuántas falsas amistades había ganado por el famoso “vil metal”!
Había vivido corriendo, angustiado, estresado, alterado... en pos de una “tranquilidad”; había soportado bajezas y humillaciones, en pos de ser “respetable”; había permitido dejarse dominar, en pos de obtener una pizca de “poder”; había dejado de vivir, en pos de “envejecer y morir en paz”. ¡Qué ridículo!... ¡Qué gran error!... y así vivían (si así se lo puede llamar) todos contra todos, matándose, traicionándose, pisoteándose los unos a otros en la desesperada carrera por ganar mucho más dinero del que realmente pueden gastar. Era inexplicable cómo la mayoría de los que llegaban a amasar considerables fortunas (que servirían para enriquecer a varias generaciones) se preocupaban y corrían tras el dinero en forma más vehemente que quienes lo necesitaban para poder sobrevivir. No era la locura, (esa simpática musa inspiradora del genio)... era pura envidia: “Aquel tiene un yate más grande que el mío, ¿por qué voy a ser menos?”...”Mi autoestéreo tiene 1538 Watt por canal... ¿Y el tuyo?”... “...me compré el lavarropas "Lavín", porque "Lavín" tiene computadora personal incorporada...”, “lo compré en 360 cuotas, pero ¡la cara que va a poner mi vecina!”.
El consumismo como sistema, la riqueza como meta, vender mucho para poder comprar más, y así tratar de ser más que el otro... a costa de dejar de Ser. Parecían pollos de criadero, a los que les engañan durante la noche con una luz artificial que simula el sol, con el propósito de que continúen consumiendo su alimento balanceado, “Así engordan más rápido y rinden más”, consumir rápido para poder ser consumidos más rápido, tal parecía ser el mediocre destino del Hombre moderno, pero en algo eran superiores a los pollos: a ellos no los engañaban con la simple luz de una lámpara, sino con la luz del televisor. Además podían “elegir” o al menos eso es lo que creían. Y el Sol seguía levantándose y hundiéndose en su eternidad, tiñendo de ámbar espectaculares cielos de iridiscentes nubes, ante la grotesca indiferencia de Hombres y pollos, incapaces de tomar conciencia de que aquel astro les anunciaba, en su maravillosa función, que había pasado un día más, pero que en realidad habían vivido un día menos.
El hombre muerto reflexionó apenas unos instantes y le dijo a su anfitrión:
—¿Sería posible una sociedad en la que el dinero carezca de importancia o simplemente no exista, en la que se puedan obtener las cosas necesarias para vivir sin depender de nadie, en la que la supervivencia sea un alegre, sano y
noble entretenimiento que ocupe sólo una pequeña parte del valioso día?
Cuando el anfitrión asintió, el hombre muerto no lo podía creer, una nueva y hermosa vida comenzaría para él, totalmente libre de las preocupaciones que lo habían atormentado en la anterior.
Dio una "pasada" más a aquella especie de película cósmica que registraba su vida entera, para ver qué más podía pedirle al anfitrión. “Total... ya que estamos”, pensó, y observó que quedaba el problema de la violencia, entonces decidió analizarlo.
La violencia se originaba por distintas causas: el temor, la ambición, la maldad, el desvarío y, por supuesto, la tan discutida naturaleza del Hombre.
El temor a perder lo que es de uno y el deseo de poseer por la fuerza lo que es del otro, se habrían minimizado en el tipo de sociedad paradisíaca que le había pedido al anfitrión, en la que todo está al alcance y en la que no existe el criterio de posesión por esos bienes "únicos" como son los seres queridos, por otra parte, la violencia como medio de supervivencia, carecería de sentido por la misma facilidad de conseguir lo necesario... pero el desvarío, era otra cosa:
Si bien la excusa que el Hombre usaba con más frecuencia para justificar su alteración mental era la desesperante lucha por la vida, era prácticamente imposible mantenerse cuerdo estando hacinado en una ciudad moderna, respirando smog, bebiendo más cloro que agua, sin espacio donde moverse, departamentos que parecían roperos, roperos que parecían ataúdes y ataúdes que en realidad eran cajas de cartón reciclado “para respetar al medio ambiente”. Los ecologistas fanáticos le causaban risa, organizaban manifestaciones de protesta en contra de los tapados de piel natural, proponiendo los de piel sintética, cuando las fábricas de pelo plástico envenenaban con sus residuos a muchos más animales que los que hubiese hecho falta despellejar, y entre ellos al Hombre y sus “crías”. O los que optaban por una vida "naturista", adictos al yogur sin crema, bifes de soja, jugos con edulcorante, pan sin gluten, cerveza sin alcohol, esmalte de uñas sin colesterol... y vida sin alegría.
Los teóricamente cuerdos, por otra parte, se ocupaban de inventar ridículas leyes que, por ejemplo, multaban a los conductores de motos sin casco, mientras ignoraban a los camiones y autobúses que escupían por su escape un venenoso chorro de humo negro anunciado por ensordecedores estruendos, es decir que el “delito” para ellos consistía en arriesgar la propia cabeza, y no el llenar de ruido y smog las de los demás.
La verdadera ecología era distorsionada a los ojos de la masa por la moda ecológica: un excelente negocio que consistía en vender engañosamente productos de probeta, disfrazados con cálidos envases con florcitas “naive” a sus rumiantes y apacibles seguidores, esos enfermos de ingenuidad que pretenden salvar al mundo de su destrucción recaudando e invirtiendo enormes sumas de dinero en una campaña para proteger al hornitorrinco, cuando hay millones de niños que se están muriendo de hambre. ¿Es que acaso les van a dar de comer hornitorrincos?
En ese entorno incoherente y hostil se meneaba la cabeza del Hombre actual, juntando presión e impotencia hasta reventar contra el prójimo por cualquier estupidez; ¡Cuántas masacres eran perpetradas por individuos normales, a los que en un mal día se les quemaba el fusible!.
Pero más allá de cualquier justificación, estaban la maldad y la verdadera naturaleza del Hombre... Y éstos eran puntos que el “hombre muerto” no tenía para nada claros, ni siquiera analizando todas las experiencias de su vida desde esta cómoda y amplia óptica que le había facilitado el hecho de morirse.
Por un lado se decía que la maldad y la violencia formaban parte de la naturaleza del Hombre, que era el único animal que mataba por placer... y era cierto. Por otra parte se decía que el Hombre era el único ser capaz de realizar obras de bien, racionalmente y a conciencia... eso también era cierto. ¿Cuál era entonces la verdadera naturaleza del Hombre?, ese animal, racionalmente pasional, capaz de arriesgar la vida por un amigo y de matarlo por un par de tetas, tenía realmente desconcertado en su naturaleza y en su violencia a psicólogos, filósofos y profetas.
Recordó entonces, algunas de sus aventuras de caza y pesca... y analizó concienzudamente las sensaciones que había experimentado en ellas: la primera era la euforia en camaradería con sus compañeros, existía un sentimiento de violencia desafiando depredadora y exageradamente al noble rival (la presa) "¡...ni uno vamos a dejar!". Luego, en la búsqueda, recorriendo el ámbito natural, hermosamente salvaje y hostil, sentía una alegre sensación de profunda libertad y pureza: atrás, muy atrás habían quedado el smog y el stress, ahora debía abrirse paso entre las olas o la maleza y no entre los carritos y los traseros ordinariamente celulíticos de las viejas del supermercado para procurar el alimento de su próxima comida. El peligro era una sensación reconfortante, cosquilleante, el riesgo a ser devorado o lastimado por un animal más fuerte y veloz, o picado letalmente, o de desbarrancarse por un peñasco o ser engullido por el mar, era una descarga de adrenalina tan agradable y excitante... ¡Y tan distinta a la que exudaba todas las mañanas para cubrir su cuenta bancaria!. Localizada la presa, la sensación era la sin-sensación, el corazón paralizado, la concentración absoluta que en dos segundos reventaba como un trueno, y entonces el ave caía, el ciervo se desmoronaba, o el pez plateado emergía retorciéndose... y el corazón volvía a latir, pero tan fuerte que parecía llenarle el pecho. La alegría, el relax y luego... la pena... Sí, él no podía evitar la pena al ver al animal inerte, peor si estaba herido, y mucho peor si era un animal hermoso... y un pez boqueando asfixiándose desesperadamente ya era el colmo. Continuaba un lúgubre y respetuoso instante de fría piedad ante ese acto de barbarie que sentía como instintiva y fatalmente inevitable. Pero la noche: el final y el fin, la carne asándose en un fuego rodeado de amigos, elevando sus aromas y vapores hacia un mágico cielo, a través de una atmósfera enriquecida por la fragante vegetación, compartiendo el festín en paz y alegría para luego dejarse caer sobre la fresca hierba, mirando a las estrellas con el estómago lleno, embriagado por el vino y el noble cansancio que sólo la emoción y el esfuerzo físico pueden brindar, esa noche en sensación de ancestral armonía con el Universo le indicaba que lo que había hecho no era una aberración, estaba bien, estaba cerrando naturalmente el ciclo vital de la cadena alimentaria desde la posición que realmente le pertenecía y le daba, quizás, una leve pista sobre la verdadera naturaleza del Hombre, en cierta forma lo tranquilizó: parece que esencialmente era un animal más, formaba parte.
El Hombre no era malo, era un animal naturalmente violento como todos los carnívoros, y al igual que ellos, se enloquecía terriblemente cuando se lo encerraba, cuando se lo asfixiaba, cuando no sabía si luchar o huir... y cuando se lo educaba. Sí, porque la mejor justificación de la violencia era la venganza, y la venganza era básicamente una cuestión de orgullo y el orgullo es el error preferido del Hombre educado. ¿Pero qué pasaría con la venganza en una sociedad en que los individuos no tuviesen ninguna necesidad de agredir a sus semejantes para vivir en plenitud?
_¿ Sería realmente posible una sociedad cuyos individuos vivan plenamente en armonía entre sí y con la naturaleza... con el Universo todo?
Como todos se pueden imaginar a esta altura ¡el anfitrión le contestó que sí!
Además le pidió que defina en qué tipo hábitat o entorno le gustaría vivir:
—¡¿Hasta eso puedo elegir?!... Palmeras, muchas palmeras, mar tropical y ríos de aguas cristalinas saturadas de inofensivos peces de colores, árboles que se doblegan por el peso de sus frutos, poder dormir si uno quisiera, mirando a las estrellas, arrullado por el sonido del mar y la brisa sobre los árboles, despertarse rodeado de pájaros, desayunar deliciosas frutas exóticas, jugar como niños en la arena, el agua y los árboles, respirar sintiendo que uno se llena de vida... amar y sentirse amado por todos los semejantes....
El anfitrión asintió nuevamente y lo invitó a prepararse para partir a su nuevo destino.
Con circense gesto, trazó un óvalo en el suelo delante del hombre muerto, que fue apareciendo ante él como la entrada de un profundo pozo de paredes rojo oscuro, con un puntito luminoso al fondo del mismo. Le explicó:
—“Este es un conducto cósmico, entrás por aquí... y salís expelido por la vagina de tu nueva madre, allí te espera la vida que pediste y aquí nos despedimos hasta que la muerte nos vuelva a reunir...”.
El hombre muerto lo abrazó con toda su fuerza y le dijo:
—Quisiera agradecerte lo que has hecho por mí, pero no sé cómo hacerlo...
—Podés recitarme una poesía antes de marcharte, tengo una colección de poesías, sé que es un arte menor comparado con la armonía celestial que nos rodea aquí, pero es una especie de "hobby" para mí...
Asombrado, el hombre muerto hurgó en su memoria, transitoriamente esclarecida por la etapa que estaba "viviendo", y su rostro se iluminó al encontrar aquel poema de Vinicius de Moraes que parecía a la medida de aquella fantástica experiencia. Profundamente emocionado, recitó:
Otros que cuenten paso tras paso,
yo he muerto ayer,
nazco mañana,
ando por donde hay espacio,
mi tiempo es “cuándo”.
El anfitrión lo felicitó por la hermosura y sabiduría de aquel poema, además de lo oportuno para la ocasión. El hombre muerto entonces, aprovechó la oportunidad para pedirle un último favor:
—Decime por qué razón la mente central te encargó a vos esta noble tarea de anfitrión, ¿Qué obra de bien hiciste, qué proeza realizaste para ganarte su confianza de esta manera?
El anfitrión no intentó disimular su vergüenza, después de todo, aquel curioso hombre pronto olvidaría hasta el último detalle de lo que había sucedido. Miró al hombre muerto a los ojos, bajó lentamente la cabeza y le respondió gravemente:
—Es un castigo
—¡¿Có... cóóómo?!!
—Sí, debo recibir y guiar a siete veces siete la cantidad de almas a las que corrompí en mi última vida, debo soportar a millones almas que me preguntan las mismas cosas, que me cuentan sus vidas aburridas, lo único que me quedan son los poemas... ¡Pero tenés que ver a veces las cosas que me recitan!, antes que vos llegaras, un idiota me recitó “Qué Tendrá la Princesa” .
—¡Nooo!!!, pero ¡¿Qué hiciste para corromper almas de esa manera?!, ¿tráfico de armas, de drogas?.
El anfitrión tenía razón, visto desde esa óptica, aquella tarea cósmica era una tortura .
—Peor, mucho peor.
—¿Trata de esclavos, genocidio?...
—Nada de eso...
_ Ahh, ya sé: ¡Politico!
— No solo eso, mezclé la política con la religión... fui Papa de la Iglesia Apostólica Romana.
El hombre muerto se quedó sin habla, no sabía dónde meterse, hasta que el anfitrión le indicó que se zambullera por el túnel, en posición fetal, le dio un leve empujón y cayó por aquel viscoso y rojizo tobogán.
Un blanco líquido dulzón y tibio se deslizaba agradablemente por la tierna garganta de aquel bebé que acababa de nacer, saciando su apetito. Sus virginales ojos descubrieron aquel cielo límpido, adornado graciosamente por hojas de palma y gaviotas. Pronto se quedó dormido, escuchando el mar y el canto de los pájaros que tanto había deseado. No recordaba nada de su vida anterior, absolutamente nada.
—¡En qué nos equivocamos, cuando llegan a la máxima etapa de la evolución piden lo mismo...!
Se quejaba la mente central al anfitrión—. ¡Quince millones de años de trabajo para llegar a esto... no puede ser...!
—Es que por lo que veo, todo lo que el hombre hace, lo hace buscando la felicidad...
—¡Seguro!, yo lo diseñé infeliz, eterno disconforme, para que así evolucione... ¡y mirá lo que me hacen!!! ¡ No es justo, con lo que uno se preocupa por ellos!
—Pero parece ser inevitable, cuando alcanzan la sabiduría coinciden en desear ese tipo de vida para ser felices.
—Dejame de embromar!, ¡les puse todo a su disposición, los hice Reyes de la creación, con una inteligencia superior para poder dominar y disfrutar todo lo que les rodea! ¡¿Cómo puede ser que para darles la vida que quieren, los tenga que reencarnar en simples chimpancés?!
Alejandro Racedo
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