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El día antes antes de la PSU

Hoy fue un día excepcional, puse el despertador a las 5 de la mañana, pero esta vez no era ni para irme de viaje a algún lugar del orbe, ni para llamar al joaquín para despertarlo, reírme y seguir durmiendo.
Reconozco que me costó algunos siete minutos salir de la cama, pero hasta eso, que para algunos es un tiempo soez, para mí es tiempo récord.

Luego era tiempo de preparar un desayuno, de esos que se ven sólo en las películas y son capaces de saciar cualquier estómago (incluso la anaconda). luego bañarse, vestirse y salír correr cuando los primeros rayos destellaban, Aundíamartesalasseisdelamañanapasadasporpoco.

Bajé Jardín del Mar a pata, mientras realizaba mi trayecto no podía olvidar los 34802340934 carretes de los últimos años que me habían visto pasar por ahí mismo a la misma hora, pero esta vez, por primera vez, estaba lúcido y descansado.

No había ningún auto, salvo un Taxi que pasó al lado mío, me tocó la bocina (seguramente pensando que estaba curado y ofrecíendome llevar a mi casa), pensé en tomarlo, porque estoy casi seguro que hacían unos 30 grados bajo cero, pero mi instinto ahorrativo me hizo seguir caminando.

Era tan temprano, que no vi ningún auto, nada de nada, ni una luz prendida, era como si a George Bush se le hubiese ocurrido tirar una bomba y hubiera acabado con la vida de Jardín del Mar.

Con escarcha en mi cuerpo llegué hasta Reñaca, a la hora de cruzar las calles no había que descuidarse de los bólidos que corrían como si estuviesen en carreteras europeas, así que aunque no hubiera ningún auto, era necesario correr la calle para cruzarla, y aún así por poco un auto me mandaba al patio de los callados.

Llegué a mi destino: la playa. Tantas veces repleta, como si se reuniera toda la quinta región en un kilómetro de playa, donde apenas puedes caminar, y siempre en zig-zag porque hay gente en todas direcciones. Hoy la playa era mía, quizás porque era el único tarado que se me ocurría salir a trotar a esa hora, con ese frío, pero no va al caso, así que partí corriendo como en mis mejores tiempos.

No pasaron ni tres minutos cuando llega una manada de perros a ladrarme, eran todos los perros de Reñaca persiguiéndome. No sé si alguna vez han corrido en la playa, pero cansa tres veces más y uno siente que no avanza, es como correr en las trotadoras de un gimnasio: por más que corras no avanzas. Así que imagínense mi cara de angustia, los perros me ladraban, bailaban, saltaban y me mostraban todos sus dientes, diré que sus colmillos son capaces de atemorizar al más osado. Seguramente estos perros vagabundos están acostumbrados a que los trasandinos los mimen con carne argentina, y yo era el primer bocado de ellos en muchas horas, o quizás creían que yo era una perra en celo sedienta de sexo.
Como sea, por mi seguridad, no me quedó otra que ir a tomarme una micro y, congelado, ir a correr a Las Salinas.

Texto agregado el 08-12-2004, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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